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Mostrando entradas de febrero, 2022

Huidas

En la magnífica película Dos hombres y un destino , unos bandoleros que se nos presentan como simpáticos llevan una vida más o menos placentera, dedicados con éxito al asalto de bancos y trenes. El día menos esperado, su paraíso se vendrá abajo con la irrupción de unos pistoleros a sueldo diestros, brutales, que los someten a una implacable persecución. Los protagonistas no dan crédito a la habilidad y la perseverancia de sus perseguidores. “Pero, ¿quiénes serán esos tipos? —exclama uno de ellos, perplejo, tras días de huida—. ¿Es que ni siquiera necesitan comer?” La pregunta, en labios de un criminal, es de una candidez estremecedora. El director, que nos ha convertido en cómplices, nos hace sentir la desesperación de nuestros dos pistoleros, cada vez más exhaustos; deseamos que sus perseguidores se den por vencidos y los dejen en paz, o que encuentren un modo de salvarse; en cierto modo estamos huyendo con ellos. La larga secuencia cobra una altura trágica y existencial, y nos obl

Dueño del equilibrio

Para vislumbrar lo nuevo hace falta fuerza. Lo viejo es fácil: se impone por mera inercia. Frente a ello, lo nuevo suena siempre a locura o necedad. Es temerario e inquietante. Por eso requiere valor, pero sobre todo ambición, un anhelo deliberado, un cierto hálito heroico y conquistador, dispuesto a correr el riesgo de perder, ser aplastado por la facticidad en el intento. Ya presentía Gil de Biedma que la verdad reside en los días laborables, y que ninguna novedad tiene valor si no puede conducir, desde las altas esferas del ensueño, al barro firme del suelo que pisamos. Soñar es simple: solo nos necesita a nosotros, a nuestra personal nube de deseos y nostalgias. Un lugar tan magnífico, tan impecable, que hay quien se queda allí, atrapado, como Holderlin o Nietzsche, donde se nos legan espléndidas visiones de la maravilla, pero alejándose tanto de la tierra que acaban por disgregarse entre las nubes. Hubiera sido preferible que se quedaran con nosotros, enseñándonos a impregnar d

Tanto pensar y escribir

Me lo pregunto a veces, como si fuera otro: ¿para qué tanto pensar, tanto escribir? Incluso siendo cierta aquella divisa de Comte-Sponville, “pensar mejor para vivir mejor”, vivir es lo primero, y para muchos tal vez suficiente. Pensar es en cierto modo un lujo, un entretenimiento a menudo baldío y, comparado con las urgencias de la vida, siempre ocioso. Dichosos los que viven a ras de tierra y con eso les basta. Pero a mí no me basta, qué le voy a hacer. Soy así de raro y, desde hace algún tiempo, ya ni siquiera me siento culpable. El propio Comte-Sponville me da el argumento: “Filosofamos porque no somos felices”. Porque sufrimos, y alimentamos la esperanza de que, cultivando la lucidez, podremos aprender a dialogar con el dolor, hasta convertirlo en un viejo, familiar, íntimo enemigo.  De modo que escribo, sí, con la esperanza de aprender. Cuando estoy lúcido creo que logro enseñarme alguna cosa (aunque soy un alumno díscolo y caótico, y no siempre me hago el caso que debería). L

Aceptar, primero

No hace falta venerar la condición humana para que la existencia se nos haga más o menos llevadera. Tal vez solo unos pocos sean capaces de llegar tan lejos. Para la mayoría de nosotros basta con que admitamos lo que es tal como es, y deseemos sin demasiada ansiedad lo que preferiríamos que fuera. En nuestra tensión con la grumosa facticidad, los deseos y las aspiraciones los ponemos nosotros, y el mundo se pone a sí mismo al otro lado: no es preciso decir quién inclina la balanza. Desear es un lujo, incluso cuando podemos respaldarlo desde la ética y la justicia; además, pocas veces basta con el deseo: luego hay que trabajar, hay que luchar, y a menudo, muy a menudo, hay que perder.  Para residir en la tierra, por consiguiente, lo primero es aceptar. Cualquier novedad futura, para abrirse paso, deberá remitirse a la realidad del presente; contar con ella, sumergirse en ella, entreverarse con ella, acabar siendo uno: “Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedr