En la magnífica película Dos hombres y un destino , unos bandoleros que se nos presentan como simpáticos llevan una vida más o menos placentera, dedicados con éxito al asalto de bancos y trenes. El día menos esperado, su paraíso se vendrá abajo con la irrupción de unos pistoleros a sueldo diestros, brutales, que los someten a una implacable persecución. Los protagonistas no dan crédito a la habilidad y la perseverancia de sus perseguidores. “Pero, ¿quiénes serán esos tipos? —exclama uno de ellos, perplejo, tras días de huida—. ¿Es que ni siquiera necesitan comer?” La pregunta, en labios de un criminal, es de una candidez estremecedora. El director, que nos ha convertido en cómplices, nos hace sentir la desesperación de nuestros dos pistoleros, cada vez más exhaustos; deseamos que sus perseguidores se den por vencidos y los dejen en paz, o que encuentren un modo de salvarse; en cierto modo estamos huyendo con ellos. La larga secuencia cobra una altura trágica y existencial, y nos obl
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida