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Mostrando entradas de noviembre, 2021

Intercambios

La interacción social se basa en el intercambio ( do ut des , toma y daca). En ello reside la motivación que nos aproxima unos a otros. Los niños lo aprenden pronto cuando comprueban que sus iguales no están dispuestos a ofrecerles lo que les piden con la gratuidad y la gentileza de los padres. Nos dirigimos al prójimo dispuestos a entregar algo (dinero, esfuerzo, colaboración, aguante, favor…, también amor) esperando que de vuelta nos llegue un bien, no necesariamente el mismo, pero sí de valor parejo. Es la ley universal de la equidad, que rige a su vez, aunque en sentido inverso, para los intercambios negativos: la ofensa o la agresión despiertan su propio impulso de devolución, que no siempre puede darse de forma inmediata; de ahí algo tan inaudito, aunque coherente, como la venganza.  Pero todas las leyes tienen sus matices y sus transgresiones. El toma y daca nunca es perfecto: salvo en algunos ámbitos comerciales, no hay una medida universalmente válida que permita establecer

El sentimiento cómico de la vida

Llega un momento en la vida en que el sentimiento trágico debería dar paso al cómico, o al menos al satírico. Dejar de tomar tan a pecho lo que hacemos y lo que nos hacen, y atenernos con una sonrisa a lo que tenemos a nuestro alcance y a lo que no hay más remedio que aceptar. Asumir que, sin dioses ni paraísos perdidos, la mayor parte de la tragedia humana suele reducirse más bien a un sainete de neurosis y estupidez. Todos estamos bastante locos y somos más bien tontos: el milagro consiste en que, a pesar de todo, logremos sobrellevarlo con una dignidad a menudo espléndida, que tengamos tantos detalles éticos y poéticos; que nuestras colisiones, aun resonando con truenos y ardiendo entre chasquidos de pelea, ofrezcan siempre algún reducto para la bondad y el amor. La edad —bien aprovechada— puede inspirarnos ese punto de vista cauto y al mismo tiempo entregado, desengañado y a la vez tierno, que convierte el ruido y la furia en serena ecuanimidad, la amargura en aquiescencia y sos

Los dos caminos

En esta expedición a ninguna parte que es la vida, parece que hubiese, en esencia, dos caminos. O, si se quiere, dos maneras de caminar, de encarar la aventura del mundo. Está la vía heroica, llena de ruido y furia, del que lucha; y está la vía apartada y silenciosa del que se recoge, del que peregrina sin aspavientos por las sendas recónditas. Dos caminos quizá complementarios, pero también pudiera ser que contradictorios, excluyentes, y entre los cuales, entonces, habría que elegir. El camino positivo, convocando nuestras fuerzas y plantando cara para abrirse paso, lleva a promover directamente lo que deseamos: cambiar cosas, empujar peñascos, hincar el arado, empuñar la espada; golpear con fuerza en el espinazo de la existencia. Es el trabajo del héroe, es la historia grandiosa de las batallas y las conquistas. Se basa en el esfuerzo y la voluntad, tiene relación con el yang taoísta, con la luz, con la lanza, con el impulso arrollador de Aquiles y el ingenio creador de Ulises fren

Supersticiones

Conozco a una mujer, atea confesa y militante, que a pesar de ello, al despedirse con un deseo mutuo de reencuentro, suele añadir, casi entre dientes: “si Dios quiere”. A mí me chocaba escucharle precisamente a ella una fórmula que no puedo dejar de asociar con mis abuelas, quienes nunca descuidaban el latiguillo e incluso me lo hacían repetir. Un día, quizá abusando de su confianza, le pregunté cómo una persona estrictamente racional y materialista como ella, sin ilusiones de dioses o vidas postizas, seguía usando aquella invocación de viejas. Entonces me contó una historia.  De niña iba en coche con su padre, y en un momento dado ella le preguntó cuánto faltaba para llegar a casa. Él le contestó que llegarían en menos de una hora. “Si Dios quiere”, apostilló ella, con la inercia de la educación recibida. “Y si no quiere, también”, replicó su padre, entre carcajadas. De repente algo impactó en la luna delantera y la hizo trizas. Por fortuna no tuvieron accidente y todo quedó en un s