Ir al contenido principal

La sabiduría del inseguro

La vida es una aventura tan delirante e incierta que todos braceamos como podemos en un mar de ignorancias y de dudas. Ciertamente, unos más que otros. Hay quien va por el mundo con aplomo, convencido de ser capaz de afrontar cualquier cosa y saber lo que le conviene, y quien, a pesar de arreglárselas bastante bien, no acaba de confiar en sí mismo y suele mostrarse reticente y temeroso.


Se diría que el inseguro es más realista y está más abierto a nuevas y mejores posibilidades. No en vano, el inseguro se interroga continuamente, no da nada por zanjado y cuestiona sin cesar sus convicciones. ¿Quiere decir esto que el inseguro tiene más probabilidades de acceder a la verdad, de ser consciente de cómo son realmente las cosas, de no dejarse arrastrar por los prejuicios? No necesariamente. 

Hay que tener en cuenta que el inseguro suele serlo por vulnerabilidad o baja autoestima. Eso lo hace titubeante y temeroso. El inseguro siempre está alerta, no se relaja, y eso le crea un estado de tensión que a menudo es un obstáculo para su percepción de la realidad. El temor hace que enfatice los peligros: para él, el mundo es ante todo una fuente de amenazas. Esto ya implica una posible deformación de la realidad, o al menos una percepción sesgada. Por si fuera poco, la ansiedad es como una niebla que lo aísla de su entorno y hace que muchos detalles le pasen desapercibidos. 
Para ganar en sensación de seguridad, es probable que el inseguro se aferre con más fuerza a sus convicciones, tal vez de un modo compulsivo y poco crítico. El inseguro es víctima fácil de personas, organizaciones o dogmas que le inspiren seguridad, que le hagan sentir ese abrigo frente al mundo que no se ve capaz de proporcionarse a sí mismo: creencias esotéricas, religiones… Las sectas, como todos los grupos con líderes carismáticos, hallan en el desamparo, la incertidumbre y el miedo el filón con el que captar, y luego explotar, a sus víctimas. Con tal de no perder el apoyo de quienes le transmiten seguridad, seguramente los defenderá a pies juntillas, obviando todo aquello que pueda cuestionarlos. Esto mismo puede sucederle con cualquier creencia que haya establecido a lo largo de su vida: evidentemente, priorizará la seguridad a la verdad. 
El inseguro está poco abierto a nuevos puntos de vista, pero también, y por lo mismo, a experiencias distintas de las que le resultan familiares. Todo lo imprevisto y lo imprevisible amenaza con hacer tambalear su mundo, por lo que tenderá a ser conservador y poco dado al riesgo o a la exploración. La novedad, de entrada, le pondrá en guardia, y procurará encontrar cuanto antes argumentos para desacreditarla o medios para invalidarla. 

Sin embargo, la persona supuestamente segura de sí misma también cuenta con sus propios tropiezos en el acceso a la realidad. Tal vez adopte una actitud demasiado rígida y cerril. La lluvia de ideas y el pensamiento creativo le parecerán una tonta pérdida de tiempo: él ya tiene todas las ideas necesarias y correctas. Probablemente considerará a los demás demasiado limitados o confundidos como para ni siquiera tener en cuenta sus propuestas. A los altivos como él los tendrá por estúpidos arrogantes, y los vacilantes le parecerán necios pusilánimes; a unos los odiará como rivales, y a otros los despreciará como a inmaduros: será difícil que a la larga intime con alguno, porque para intimar hay que admirar, al menos un poco, al otro, y el soberbio, en el fondo, solo se admira a sí mismo. 
Así, hará caso omiso de cualquier aportación ajena, y en particular las que le llevan la contraria, ya que parte del supuesto de que es él siempre quien acapara la razón, y lo que no cumpla esa condición tiene que ser, forzosamente, un disparate. Su cerrazón le estará impidiendo entonces darse cuenta de los propios errores, y sobre todo beneficiarse de las aportaciones que podrían hacerle otras personas: ambas cosas le impiden aprender. ¿Percibimos en esa rigidez, entonces, una fragilidad de fondo, una inseguridad disimulada a cal y canto? ¿O tal vez aquella limitación de Narciso que es incapaz de ver en el estanque más que su propio reflejo? Ambas opciones insinúan más un defecto larvado que esa virtud resplandeciente de la que él está convencido. 

Los retratos que acabamos de hacer reflejan, por supuesto, lo extremo de ambos talantes, y en este sentido tienen mucho de caricatura. Por fortuna, las personas somos lo bastante complejas para que nuestros rasgos impliquen solo tendencias predominantes, pero siempre repletas de matices y variaciones en función del contexto. Necesitamos perfilar los extremos para no confundirnos en el batiburrillo caótico de la vida cotidiana, donde hay más excepciones que reglas. Los tipos, como los llaman los psicólogos, son útiles siempre que los afrontemos con esta precaución relativista.
El inseguro, a veces, tiene su oportunidad de mostrarse decisivo y su momento de gloria. Si es capaz de centrarse y de atenerse al meollo de su universo de incertidumbres, si puede sobreponerse a las objeciones y postergar con calma las refutaciones que se le opongan, tal vez consiga percibir el sentido del conjunto y comprometerse con alguna conclusión. A veces es bueno que el pensamiento calle y escuche a la intuición, que, parafraseando a Pascal, tiene sus propias razones que la razón no puede comprender. Pero sobre todo es importante, como sugiere Alan Watts, que el inseguro se sobreponga a su ansiedad y se abra tolerante a la inseguridad, que no se asuste y pueda sobrellevarla con una cierta confianza. “Por paradójico que pueda parecer… —escribe—, solo nos parece la vida llena de significado cuando hemos visto que carece de propósito, y solo conocemos el “misterio del universo” cuando estamos convencidos de que no sabemos absolutamente nada sobre él… Solo tenemos que abrir lo suficiente los ojos de la mente y ‘la verdad saldrá’”. 
Sus resoluciones tienen la belleza dispar del matiz, de la pregunta pendiente que sugiere por dónde continuar el camino: a menudo, el saber se alimenta de buenas preguntas más que de respuestas supuestamente definitivas; en cualquier caso, sus propuestas no dejan de ser un avance, el fruto de una reflexión cuidadosa, la afirmación que nos guía sin atraparnos. La sabiduría del inseguro se presenta como estrictamente provisional, está expresada con notas a pie de página y objeciones que habrá que seguir desarrollando. La ciencia se escribe así. El inseguro, en fin, tiene que confiar en la lucidez de su inseguridad. 

En cuanto al demasiado seguro, hará bien en aprender algo de la cautela del otro. El mundo es demasiado complicado para confiar en ninguna fórmula mágica que lo abarque definitivamente. Hay que dejar abierta alguna ventana en la casa cerrada a cal y canto, dejar que corra el aire y desordene algunas cosas, contar con la ironía de la vida y la parcialidad contradictoria del entendimiento humano. Un cierto escepticismo ayuda a que no acabemos siendo esclavos de nuestras convicciones. Las verdades que nos parecen incuestionables son las que deben ser continuamente cuestionadas. 
Es cierto que, en las relaciones, una actitud segura resulta bastante ventajosa, y quizá nos procure un trono durante algún tiempo. Pero es un trono frágil, ficticio, al que más tarde o más temprano le fallará alguna pata y se le verá el plumero, o simplemente acabará cansando, porque las bravatas del ego, por atractivas que puedan resultar de entrada, siempre acaban cansando: tienen algo de infantil y de despótico. 

En el fondo, seguros e inseguros pueden complementarse estupendamente, si ambos aprenden a contenerse a sí mismos y a apreciar las virtudes del otro. El inseguro halla en su contrario una invitación al coraje y a la firmeza, una propuesta de avanzar en lugar de escapar o empantanarse. El seguro, por su parte, quizá encuentre en el otro un sano contrapeso, un cuestionamiento de su rigidez, una intuición de horizontes diferentes. Así es como las personas, cuando nos miramos con buenos ojos, descubrimos que podemos complementarnos, y fundar universos compartidos en lugar de colisión o indiferencia. En esa dialéctica se fertiliza la tierra del pacto, donde germina la flor del progreso.  

Comentarios

  1. Cuánto tiempo sin leerte, y ahora que vuelvo, recuerdo que es una experiencia emocionante y que me aporta sabiduría y cuestionamiento.
    Después de lo que he vivido estos dos últimos años, y continuo viviendo, recuperándome de la recaída en mi adicción que he tenido que sufrir, mi conclusión al hilo de tu escrito, (con el que estoy totalmente de acuerdo y me ha impresionado de nuevo tu manera tan eficaz, completa y clara de expresarte) sería que " nunca puedo estar seguro de si estoy seguro" y en esa continua alerta permanecer andando tranquilo.
    Muchas gracias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti, querido amigo. Primero por el privilegio de recuperar un diálogo que tanto echaba de menos. Segundo por tus palabras generosas, que me animan a seguir en esta apasionante tarea autoimpuesta de la reflexión. Una tarea que se solo me satisface por completo si sirve de puente para llegar hasta alguien.

      Tu conclusión es una gema que brilla por sí misma, y que me anoto para citarla, con tu permiso, en alguna ocasión. "Nunca puedo estar seguro de si estoy seguro": magnífica definición de la prudencia, que es la actitud consecuente con nuestra innata debilidad. "Y en esa continua alerta permanecer andando tranquilo": alerta imprescindible; cualidades de "continua" y a la vez "tranquila": ¿qué conquista de uno mismo puede ser más valiosa?

      Pero lo que da más valor a tus palabras es que proceden de una experiencia personal, han sido ganadas con el dolor y la batalla. ¡Qué privilegio que me las dejes aquí!

      Espero que tengamos muchas oportunidades de seguir, mano a mano, sacándole punta al buen vivir. Un abrazo.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Anímate

Anímate, se le repite al triste con la mejor voluntad. Anímate: como si la sola palabra poseyera ese poder performativo, fundador, casi mágico de modelar el mundo por el mero hecho de ser pronunciada. Como si la intención de algún modo tuviese que ser capaz de poner las fuerzas que faltan. Pero el triste no puede animarse... porque está triste. Suspira con Woody Allen: ¡Qué feliz sería si fuera feliz! Sin embargo, es verdad que la palabra tiene poder; pero no tanto por lo que dice como por lo que sugiere. Las emociones son un movimiento (e-moción) que escapa a la voluntad. Pertenecen a ese inmenso ámbito de lo inconsciente y lo automático, donde el Yo no alcanza y parece que no seamos nosotros. Su cariz misterioso justifica que desde antiguo se hayan considerado territorio de almas y de dioses (o demonios). Los médicos de las emociones eran los mismos que trataban con los espíritus y oficiaban la magia: los chamanes parecían los únicos capaces de llegar al corazón, de hacer pactos con...

Destacar

Todos anhelamos ser vistos, ocupar un sitio entre los otros. Procuramos ganar esa visibilidad mediante múltiples apaños: desde el acicalamiento que realza una imagen atractiva hasta hacer gala de pericia o de saber. Claro que la aspiración a no quedarse atrás tensa las costuras del lienzo social, y a veces cuesta el precio de una abierta competencia. Hay quien no se conforma con un hueco entre el montón y pretende ser más visto que los otros. Hay una satisfacción profunda en ese reconocimiento que nos eleva por encima de la multitud, una ilusión de calidad superior que apuntala la autoestima y complace el narcisismo. Sin embargo, nuestros sentimientos ante el hecho de destacar son ambiguos, y con razón: sabemos que elevar el prestigio sobre la medianía suele comportar un precio en esfuerzo y conflicto.  La masa presiona a la uniformidad, y suele sancionar tanto al que se escurre por debajo como al que despunta por encima. Desde el punto de vista de la estabilidad de la tribu, tien...

Observar y estar

Hacemos demasiado, hablamos demasiado. Con tanto ruido espantamos a la lucidez, que es ante todo silencio. Un silencio expectante, cargado de presencia. Un silencio abierto al rumor de los oleajes de la existencia, rompiendo en nuestras orillas. «Si las ejecutamos conscientemente, todas nuestras acciones son poesías o cuadros», dice Thich Nhat Hanh. La vida pasa ante nuestros ojos y no la vemos porque estamos buscándola. Pedir nos condena a la carencia: el que tiene no pide. No hay más mundo que el que se extiende justamente aquí, delante de tus ojos. Como nos recuerda Marco Aurelio: «Recuerda que sólo se vive el presente, este instante fugaz... Pequeño es el rincón donde se vive.»  Estamos ansiosos por saber, pero quien sabe observar tal vez no precise pensar tanto. Los orientales lo aseveran desde tiempos inmemoriales, y han hecho de ello una propuesta de vida y una divisa de redención: toda la sabiduría necesaria se resume en permanecer atento. Descender de las calimas de la me...

Pecados

La tradición católica se afanó, al menos en mi generación, abonando en nuestras mentes infantiles el espectro del pecado. Cuando uno era, como lo era yo, más bien escrupuloso con el ascendente de la autoridad, y se tomaba a pecho el cumplimiento de las normas para ganar el estatus de «bueno» (o, al menos, no ser tachado con el de «malo»), el riesgo de incurrir en el pecado se convertía en fuente de un sufrimiento obsesivo. En definitiva, y puesto que el pecado abarcaba casi todo lo que podía evocar algún placer, la culpabilidad era un destino casi seguro, y, unido a ella, el merecimiento de castigo. Yo estaba convencido de ambas cosas, y tenía asumido que ni mi sumisión ni las penitencias a las que a veces me sometía servirían para librarme de la terrorífica condena. Y, sin embargo, debo reconocer, ahora que puedo hacerlo sin sentirme amenazado, que nunca entendí cabalmente la casuística del pecado. ¿Por qué es malo lo que no se puede evitar, lo que tira de nosotros desde dentro con t...

Buen chico

Uno de los prejuicios más fastidiosos sobre mi persona ha sido el de etiquetarme bajo el rótulo de buen chico . Así, a palo seco y sin matices. Como se te tilda de orejudo o patizambo. En todos los apelativos hay algo despersonalizador, una sentencia que te define de un plumazo despiadado, atrapándote en su simplismo. A los demás les sirve como versión simplificada de lo que eres; para ti constituye un manual de instrucciones del destino. Reza una máxima atribuida a César: «Es imposible no terminar siendo como los otros creen que uno es». Todos los rótulos son insidiosos, pero el de la bondad resulta especialmente problemático. Colgarte ese sambenito es el pasaporte directo al desprecio. En primer lugar, porque el buenazo , en su formulación tradicional, equivale a una mezcla de timorato y bobo. En segundo, porque alguien con fama de bondadoso es inevitablemente incómodo: no deja de recordar a los demás que no lo son. Y, en tercer lugar, porque los buenos chicos suelen ser infinitamen...