Leo en una publicación la reseña con que se presenta un conocido antes de su artículo, y tropiezo con un epíteto que me despierta emociones encontradas: “Activista político”. Quedo atrapado entre esas dos palabras, incapaz de seguir con la lectura hasta descifrarlas. Como las campanas de John Doe, noto cómo doblan por mí, me implican directamente. ¡Cuántas veces he pretendido merecer que me dedicaran calificativos parecidos! Casi tantas como he soñado con que me publicaran algún escrito. Debo admitir mi envidia, pues, por partida doble. Por suerte, el alboroto perturbador de la envidia no acalla el paciente susurro de la lucidez. Me detengo un momento, me doy tiempo para pensar, procuro contemplarme en aguas sensatas; me miro a los ojos temiendo no hallar más que crispación, pero descubro otra cara de la verdad. Quise que me admiraran por mi compromiso, mi liderazgo, mi iniciativa…, pero, ¿hasta dónde lo quería? ¿Activista político? Nunca lo fui. Me faltó vocación y sobre ...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida