Nuestras opiniones, en el fondo, son menos consistentes de lo que nos gustaría admitir. Creemos tener ideas muy definidas, a veces definitivas, sobre las cosas que más nos importan. Y, sin embargo, ninguna idea, o principio, o actitud, son puramente nuestros: todos ellos se han modelado a partir de lo que nos ha transmitido nuestro entorno y hemos ido puliendo con nuestras vivencias, siempre sociales y por tanto condicionadas por el contexto cultural. Una persona es lo que hace con lo que hicieron de él, reza la famosa sentencia de Sartre: eso también concierne a sus principios y sus actitudes, incluso a sus pensamientos más íntimos —¡o sobre todo a ellos!—. Si me detengo a ver de dónde han salido mis convicciones, compruebo que la mayor parte de ellas son resultado de conclusiones más o menos globales, intuitivas, a menudo precipitadas y poco contrastadas: lo que los psicólogos llaman heurísticos . La prueba está en que, en general, no sabría argumentarlas mucho más allá de uno...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida