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Mostrando entradas de diciembre, 2020

Tiempo redundante

No voy a alabar demasiado los dones de la edad. Vivir es ante todo perder, como dijo François George y la vida se encarga de recordárnoslo cuando se nos olvida. Y envejecer es un fastidio: cumplida la hora de pasar el testigo, estamos programados por los genes egoístas para estropearnos y dejar sitio a la siguiente generación.  Como repetía Punset, todo lo que hemos alargado la vida después de la edad de reproducción es un tiempo “redundante”; dicho en plata: en términos biológicos, una pérdida de tiempo, un lujo que hemos inventado los humanos pero que para la naturaleza es un despilfarro. No es extraño que a partir de los cuarenta todo empiece a estropearse, y se acumulen las grasas, y se contraigan las arterias, y suba la presión y se dispare el colesterol. Es la edad en la que empezamos a reservar una estantería de la cocina para las cajitas de pastillas, que ya no dejaremos de tomar hasta que nos llamen del otro barrio (por cierto, son muy malas para la salud, hasta el punto de

Mover montañas

Una de las divisas favoritas de los gurús de la autoayuda es que uno puede alcanzar todo lo que se proponga, siempre que lo desee lo suficiente. Se supone, según ellos, que, cuando uno se alinea con sus deseos y les pone voluntad, “el universo entero conspira” para que se realicen. Me parece una pretensión de lo más peregrino, incluso dentro de los disparates de la autoayuda y del misticismo New Age. ¿Un universo pendiente, cual pecho materno, de nuestros volubles caprichos infantiles? Freud, rasgándose las vestiduras con razón, lo consideraría el colmo del narcisismo y de la omnipotencia primitiva.  La vida nos va enseñando que sucede más bien lo contrario. Lo valioso es difícil e improbable, nuestra voluntad frágil y nuestras fuerzas escasas. “Quien algo quiere algo le cuesta”: requiere mucho trabajo y perseverancia alcanzar un logro que valga la pena, y, por supuesto, se trata de una inversión sin garantía. Si algo toca ir aprendiendo con los años es a renunciar: por lo que se pie

Ira hacia dentro

Dos veces estuve a punto de cumplir mi sueño de ser psicólogo. La primera, siendo veinteañero, abandoné la carrera al sentirme incapaz de sobrepasar el muro de la Estadística; aunque en aquel brete creo que tuvieron mucho que ver mis tribulaciones de juventud, los desafíos del trabajo, mis amores laberínticos y mis angustias de solitario neurótico. En fin, luego me metí en Historia y la acabé sin demasiado esfuerzo, me divertí y gané amigos: no me arrepiento. Pero entrado ya en años, con la estabilidad de la familia y los supuestos sosiegos de la madurez, me zambullí de nuevo, con un entusiasmo de adolescente, en los viejos estudios aparcados. Puse tanta pasión que fue seguramente demasiada: no sé dónde leí que suele haber tanto porcentaje de abandonos en los estudiantes que se manifiestan muy motivados como entre los que confiesan estarlo muy poco. Parece coherente: como me decía un buen amigo, un estudio universitario es una carrera de fondo, y hay que dosificar las fuerzas, sobre

Hogares y caminos

En sus primeras páginas de El caminante , Hermann Hesse hace un emotivo elogio de la libertad, del intimismo, de la naturaleza nómada de los apátridas que vagan por el mundo sintiéndose en casa en cualquier parte, o en ninguna más que dentro de sí: “No dejaré aquí mi corazón… Lo llevaré conmigo, también lo necesito en las montañas, y a todas horas”. Hesse confiesa que hubiese querido ser campesino y asentar su vida en un sitio. Pero le podían la inquietud y la obstinación, y esa desconfianza instintiva, entre melancólica y desdeñosa, que inspira el hogar al vagabundo. Para quien se siente ciudadano del mundo, lo local se queda pequeño. “No me seduce encadenar mi amor a una franja de tierra… Cuando nuestro amor se detiene… me resulta sospechoso”.  El abrazo de la tribu es poderoso, y Hesse debió vivir sintiendo ese tirón en cada uno de sus pasos de viajero: “El camino de la redención no me lleva a derecha ni a izquierda, me lleva al propio corazón.” Sin embargo, sus esfuerzos por adap