Desear es sufrir: desear mucho ha de conllevar, pues, sufrir mucho. De ahí el acierto al hablar de “mal de amores”: enamorarse es entrar por propio pie —aunque se nos arrastre sin preguntarnos— en un laberinto luminoso, pero también repleto de callejones oscuros y dolientes.
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida