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Mostrando entradas de octubre, 2020

Mal de amores

Desear es sufrir: desear mucho ha de conllevar, pues, sufrir mucho. De ahí el acierto al hablar de “mal de amores”: enamorarse es entrar por propio pie —aunque se nos arrastre sin preguntarnos— en un laberinto luminoso, pero también repleto de callejones oscuros y dolientes.

Lo que hay que perder

Hay cosas a las que urge renunciar, porque su belleza ya no nos reconoce, y no nos hace mejores ni nos ayuda a vivir. Se acercan a veces, en los días cansados y en las noches tristes, ataviadas con peplos de sacerdotisas vírgenes, sedas ligeras de transparencias vertiginosas que ondean sensualmente al ritmo de sus hipnóticas danzas. Saben que aún somos hombres y que mientras nos queda vida persiste el ansioso clamor de los deseos y de los sueños. Pero no quieren quedarse.

Hambre de apego

Tal vez el apego más intenso sea el que le profesamos al propio apego, a tener algo que querer. Quizá no sean tan importantes los deseos concretos, las cosas que pretendemos apropiarnos, como la intensidad misma del desear, la fuerza del hacer acopio. Tal vez lo único que anhelemos sea la oportunidad de anhelar, de acariciar nuestras querencias en secreto, igual que se disfruta la mera contemplación de un tesoro, estremecidos por el asombro de saberlo nuestro.

Frágiles convicciones

La psicología social ha mostrado hasta qué punto nuestras convicciones suelen ser irracionales. Impacto y repetición: así percibimos, como saben bien los publicitarios y los propagadores de rumores. La verdad, mal que nos pese, es a menudo una cuestión de fuerza, y muchas veces las certezas se imponen más por su intensidad que por su calidad.

Para el civismo

El civismo es una hipocresía benévola y afable, tan prudente que a menudo acaba siendo sincera, como las mentiras piadosas. El civismo acierta siempre, incluso cuando se equivoca y recibe a cambio lo contrario de lo que da, del mismo modo que el generoso lo es, e incluso más, aun cuando se le pague con mezquindades.