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Mostrando entradas de noviembre, 2019

Fin de los grandes relatos

Se habla de relatos o metarrelatos, desde que F. Lyotard acuñó el término, para aludir a esos supuestos generales implícitos, esos sentidos que la mayoría, dentro de una cultura o una sociedad, atribuye al mundo. Entiendo que, más o menos, equivaldría a “modelos”, “paradigmas” o “ideologías”. Así, el relato platónico-cristiano postula el dualismo, la división entre un mundo empírico y otro mundo espiritual superior y eterno; el relato socialista considera la historia un progreso dialéctico en la lucha de clases, que desembocará en su abolición final. Los grandes relatos aspiran a explicar la totalidad de lo real, partiendo de un axioma comúnmente aceptado, y fijan una meta colectiva que se identifica con la felicidad. El liberalismo y el fascismo serían otros relatos de la modernidad.

La loca de la casa

“La imaginación es la loca de la casa”, dicen que dijo Teresa de Ávila. Nos prevenía así de la dulce seducción que nos inspiran los vagabundeos de la mente: porque esa “locura”, que es su virtud, es también su gran peligro, y tanto puede abrir un camino original como extraviarnos en él. Es cierto que no hay nada más loco que la realidad, ni más inquietante que una lucidez sin abrigo. Pero, como decía Rilke, ese mundo que nos abruma no deja de ser nuestro mundo; en cambio, los mundos de la fantasía tienen algo de inhumano.

Sísifo dichoso

La proposición del hombre absurdo de Camus, tal como la expone en El mito de Sísifo , es una respuesta íntegra y coherente al desconcierto de nuestra intrascendencia, pese a no curar la angustia ni aliviar la nostalgia de significado. En lugar de eludir el sinsentido con artificios o excusas, la mente lúcida se planta ante él y lo sostiene. Es el coraje, la terquedad si se quiere, lo que toma el timón del individuo. ¿Cómo vislumbrar sentido en el erial absurdo en que nos arroja la perspectiva de la nada? La razón no puede responder, como ya le reprochó Pascal, quien, decepcionado, la descartó por completo y eligió regresar a las razones del corazón, a las plácidas penumbras de la fe. Camus ve en esa huida un “salto”, un vuelco de traición a la verdad que Sartre habría considerado mala fe ; quiere mantener la lucidez hasta donde le lleve. La condena de Sísifo le parece la metáfora apropiada del drama existencial. El reo eterno remonta su piedra con esfuerzo y dolor, y la ve

Decepción

Un buen amigo nos traicionó; nuestra pareja nos abandona; alguien que nos ayudó resulta que lo hizo interesadamente. La decepción es un sobresalto que nos aflige, a veces hasta paralizarnos. Un hecho contradice una expectativa positiva, cuestionando alguna convicción feliz que, irremediablemente, queda herida, y que por consiguiente hay que reformular. La decepción reduce así el campo de nuestra satisfacción; hace el mundo más inseguro e ingrato. Hace más improbable la felicidad, afectando a uno de sus puntales significativos: la confianza.

Norma y normalidad

“Es un tipo normal”, se dice a menudo, y uno no sabe muy bien qué se está diciendo de él. Usado como definición, el término apenas alude a un cierto encaje en lo “habitual”, lo socialmente establecido. Como valoración, “normal” tanto puede sonarnos a elogio tibio (por contraposición a “raro”) como a leve despecho (por contraste con “especial, extraordinario”). Así que uno no sabe si desear que lo juzguen normal: por un lado, resulta tranquilizador, pero por otro parece relegarnos a la mediocridad. ¿De dónde sale la curiosa idea de “normalidad”? ¿Qué es lo “normal”? ¿Cómo se establece? ¿Y por qué nos importa tanto?