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Mostrando entradas de octubre, 2019

Alma

El vocabulario psicológico nace impregnado de espiritualidad, y tiene sentido: el cuerpo se percibe, pesa, duele; en cambio, la mente parece no ser de este mundo.  Las sutilezas del comportamiento parecen hundir sus raíces en los oscuros pozos del misterio. En ellos se inspiran las religiones, que funcionan como artefactos masivos de ingeniería psicológica. Este aroma espiritual de la mente se manifiesta empezando por el propio término “psicología”, que toma del griego la partícula psyche , alma: la psicología, como es sabido, vendría a ser en origen una especie de tratado del alma , o sea de la mente, ya que en la Antigüedad ambos términos se solapaban.

Incertidumbre

Pocas sensaciones tan devastadoras como la incertidumbre. Tanto, que preferimos una mala explicación a un vacío de argumentos. De ahí que, desconcertados frente a la ignorancia, inventemos constantemente, o que nos adhiramos con tanta avidez a lo inventado. De ahí que seamos pasto fácil de magias y fanatismos, que dan razón de todo (aunque sea irracional y a menudo delirante) y no dejan ningún resquicio a la temida duda. De ahí que pensar, que es una tarea siempre incierta y siempre inacabada, nos dé vértigo, y procuremos eludirlo con distracciones. De ahí que saquemos una y otra vez conclusiones precipitadas y las sembremos de remiendos desesperados en los mil boquetes por donde hacen aguas. De ahí que, en fin, nos sintamos tan desolados (arrojados a una soledad descorazonadora, abandonados en medio de la nada como cuando éramos niños) cuando se nos pincha el globo de una vieja convicción.

La era de la voracidad

Somos muchos. Basta pasear por una avenida céntrica, asistir a un espectáculo multitu-dinario, acudir a una gran superficie comercial, para que la concurrencia humana nos inspire una sensación de exceso, un desbordamiento avasallador y amenazante. Somos muchos y, sobre todo, somos voraces. En los centros comerciales se hace patente el saqueo al que nuestra profusión ávida somete a la naturaleza: la avalancha de objetos que acaparamos, cachivaches inútiles ― o de efímera función simbólica ― que, lo lamentaba Z. Bauman, se transforman en basura junto con sus envases (porque sobre todo compramos envases) en el mismo momento de sacarlos de estos. El ancestral, poético amor por el objeto y por el regalo se traduce, cuando el contexto es de opulencia, en un ritual frenético y mustio, el ritual del consumo.

Greensleeves

Fue un amor a primera vista, un súbito hechizo en los albores de la adolescencia, ese tiempo en que uno está más abierto a creer en las promesas. Me bastó escuchar su melodía una vez para que sintiera que se me había revelado todo, como en la inspiración de un dios niño; para saber que me acompañaría el resto de la vida, dispuesta a repetírmelo a media voz frente al hogar ensimismado de las tardes de invierno. La descubrí en la delicada versión de Vaughan Williams, que se posa como un bálsamo en el aturdimiento fascinado. En los primeros acordes ya nos traslada al bucólico paraje de campos verdes y blandas lomas, prados flanqueados de arboledas por donde corretean pastoras como ninfas que nos reservan delicias de amor en las umbrías. “Moza tan hermosa no vi en la frontera, que aquella vaquera de la Finojosa”, canta el Marqués de Santillana en sus Serranillas . “Perdí la carrera por tierra fragosa, do vi la vaquera de la Finosoja”. Pero la gentil pastora no era más que la emisaria