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Mostrando entradas de septiembre, 2017

Poética del cachivache

Un día tengo que hacer limpieza y tirar un montón de trastos viejos. Cachivaches estropeados o caducos, que fueron útiles para alguien que fui y ya no soy, por lo que ya nunca los usaré. ― Siempre dices lo mismo y no acabas de ponerte. Y si te pones, tiras unas pocas cosas, pero con la mayoría te limitas a cambiarlas de sitio. Los objetos te pueden. ― Pues sí, me cuesta tirar cosas. Desde pequeño soy un poco trapero. No sé, tendré un síndrome de Diógenes crónico. He almacenado periódicos, cajas, bolsas, aparatos inservibles… Aún conservo muñecos y juguetes de la infancia. Ni te cuento de papeles y libros. Recuerdo que mi madre solo lograba tirar los juguetes viejos cuando no me daba cuenta. Le armaba un escándalo. Me dolía mucho imaginarlos convertidos en basura, amontonados con las pieles de naranja o las cáscaras de huevo. Era como si traicionara a un viejo amigo, como si abandonara a un familiar lisiado. Y aun hoy, cuando tiro los restos de comida sobre mis páginas de notas, me...

La vida no es un asunto tan personal

Nos tomamos la vida como algo demasiado personal. Todavía estamos contaminados por ese egocentrismo infantil que nos convencía de que todo el mundo gira alrededor de nosotros. Pero la vida sencillamente sucede, el universo se expande por su cuenta, sin ninguna finalidad, y menos la de nuestra pequeñez. Nosotros no hemos hecho más que caer aquí, como vino a decir Heidegger, fruto del sucederse ciego de las generaciones y la criba en el cedazo de la evolución. Somos la confluencia fortuita de muchas causas que no nos buscaban y muchos azares que nada sabían de nosotros. Somos una flor de primavera que agosta el verano, o una seta de otoño que congela el invierno. El sentido es un capricho de nuestra mente. Un empeño que, al no sernos concedido, nos hace sufrir. En realidad no hemos venido aquí: somos esto ― tat twam asi , dicen los hindúes ― , en un lugar y un tiempo concretos. Mañana seremos otra cosa dentro de un conjunto que será también diferente. Somos una ola en un mar en perpet...

Cuando somos crueles

A menudo somos crueles. Replicamos con un sarcasmo injustificado, nos ensañamos en represalias desmesuradas, incluso humillamos a un inocente (¡que podemos ser nosotros mismos!). Hay en ello un extraño placer y una aguda tristeza. El placer de sentirnos poderosos, capaces de dispensar el mal por pura voluntad. La tristeza de no poder hacerlo sin presentir que en ese capricho siempre estamos echando a perder algo valioso: el poder que nos otorga la crueldad tiene siempre algo de impotencia. La crueldad nos recuerda que el bien es un empeño, una tarea nunca acabada en la que hay que insistir a cada instante, y que a veces tenemos que realizar contra corriente. Que nuestro interior siempre guarda extraños rincones donde se agazapan los demonios. Es lo que Jung llamó “la sombra”, el reverso de nuestra aspiración ética. Algo en nosotros no se siente del todo cómodo en la bondad; a veces la impugna abiertamente, casi siempre la boicotea lanzándole escaramuzas desde sus cuarteles clandesti...

La banalidad del mal

Me desafía un buen amigo: “Si quieres filosofar de verdad, piensa por qué hay personas malas”. Me parece una sugerencia acertadísima: si todos pensáramos a menudo en ello, seguramente seríamos menos malos. Camus afirmaba que el único problema filosófico realmente significativo es si la vida merece ser vivida. Yo, en cambio, creo con mi amigo que los problemas que más nos importan son los que atañen no al vivir propiamente dicho, sino al cómo vivir. La vida se justifica a sí misma, es un bien en sí mismo sencillamente porque no hay nada más allá de ella. Los que reniegan de la vida son los que más la anhelan, los que se han sentido decepcionados porque esperaban ― y siguen empeñados en espera r ― tanto de ella. Así pues, ¿por qué hay personas malas? Es una de nuestras preguntas eternas; se le han propuesto mil respuestas, que viene a ser no encontrarle ninguna. Igual da decir que en el fondo todos somos buenos que afirmar que nadie lo es. Ni Rousseau ni Hobbes, o los dos. Los que da...

La levedad de la alegría

Curiosamente, los años me han hecho más alegre. Yo esperaba lo contrario, puesto que vivir es perder. El calendario avanza y, como uno de esos muñequitos de los videojuegos, lo va engullendo todo a su paso: la gente querida, la salud, el tiempo que nos va quedando… El dolor es interminable y creciente. ¿Cómo se entiende que la felicidad de la madurez sea más serena y más firme? Probablemente porque sufrir nos enseña a discernir lo importante; porque la desazón languidece al hacerse costumbre; porque el cedazo de la vida va dejándonos el poso de lo grato. Tal vez no haya más remedio que sufrir para comprender que la alegría es algo raro y precioso, como las gemas, y que por eso hay que defenderlo, como canta Serrat. La juventud es bella, pero desaforada. Anhela demasiado y rechaza con obcecación. Por eso es fácil, e injusto, menospreciar sus exuberancias con el tiempo, cuando ya las hemos perdido y sabemos que no volverán. Es tan tentador como glorificarlas. Ni una cosa ni la otra: la...