Espero en el bar del aeropuerto a que sea la hora de facturar el equipaje; después esperaré a una hora prudencial para ponerme en la larga cola de ingreso al recinto interior. Ahí aguardaré atento a que se inicie el embarque, y finalmente subiré al avión, me encajaré en mi asiento-jaula y dejaré que el viaje “suceda”. Sentiré por un instante que se me concede una pausa, descansaré de esta alerta, esta tensa expectación del porvenir que me reclama atención. Durante las horas de vuelo, podré olvidar el deber de cumplir trámites y horarios, solo tendré que dejarme conducir. Sin embargo, eso solo será una tregua; basta que me detenga a pensar para notar de nuevo el incómodo tirón del futuro, para sentirme de nuevo incompleto y alerta. Cuando el avión llegue a destino, me pondré en la cola de control de viajeros, donde esperaré pacientemente a que comprueben mi pasaporte, partiendo del supuesto tranquilizador de que todo transcurrirá en orden, y sin embargo consciente de la leve pero r...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida