Ir al contenido principal

¿Cómo sería si fuera yo?

A veces fantaseo sobre cómo sería si me hubiese permitido ser más natural, si no me hubiese sometido al perpetuo escrutinio de mis prejuicios... No creo que hubiese sido mucho más malo; tal vez sí, en cambio, más interesante. Vivir habría resultado un asunto más ameno y menos gravoso. Seguro que le habría caído bien a Holden Caulfield, a Tom Sawyer; al Gran Meaulnes; a Alfanhuí.


Habría sido mucho más espontáneo y divertido. Con buen sentido del humor y un poco pícaro. Habría hecho más deporte y me hubiese peleado con un montón de compañeros, que habrían acabado, probablemente, siendo mis amigos. También habría salido con más chicas. Seguramente no se me habrían dado tan bien los estudios, al fin y al cabo yo estudiaba como una manera de refugiarme y de ser bueno en algo. Hubiera empezado a trabajar más joven y no tendría tantos libros, y ni hablar de haber escrito poesías o canciones cursis. Estaría menos versado en filósofos y más en don de gentes. Mis hijos ya andarían creciditos. Y desde luego no me hubiese gastado un tercio de mi sueldo en terapias durante casi veinte años.
No estoy seguro de que fuese mejor de lo que soy, ni más feliz, pero a lo mejor no me daría cuenta o no me importaría. En fin, es hablar por hablar, vaya usted a saber por dónde me habría salido la vida. También podría haberme convertido en un alcohólico o en un canalla (cosas que modestamente creo que no soy). La vida es difícil para todo el mundo, así que aprobaremos las cosas como están.

La vida cuesta de por sí, y para algunos que se la complican solos, más. Algunos nos empeñamos en escalar la montaña por el lado más agreste, tal vez seamos un poco masoquistas. Bueno, en realidad, yo nunca he escalado, he preferido ir por los caminos tranquilos (soy un poco vago). Pero sí me he complicado la vida solito, o me he empeñado en verla más complicada de lo que es.
Porque la vida, en el fondo, es simple. Lo que la hace enrevesada son nuestras resistencias. A cada paso, hay una iniciación que nos envejece, un pulso de la vida que nos despoja de inocencia; si nos resistimos a esas iniciaciones, el tiempo pasa igual, pero nosotros nos mantenemos varados en el fango. Hay mucha gente atrancada por miedo, por pereza o por orgullo. Y estar atascado es lo peor, porque la vida avanza de todos modos pero nosotros no estamos en ella. Es como viajar en un tren y perderse los paisajes porque uno se empeña en mirarse continuamente las uñas de los pies.
La liberación está en darse cuenta de que son sólo unas uñas, sin nada particular. Uñas como las de todo el mundo, que crecen, que hay que cortar de vez en cuando y que a veces salen un poco torcidas. Y con los años amarillean. No hay nada particular ni terrible que les pueda pasar a nuestras uñas. Si las dejamos estar, lo más probable es que sean la mar de normales.
Hay que dejar en paz a las uñas, no necesitan que nos pasemos el tiempo vigilándolas por si acaso. Hay que dejarse en paz a uno mismo, y lo más probable es que las cosas sigan su curso con la parsimonia normal en los mortales. Ni nuestras uñas son tan importantes ni tenemos por qué desconfiar de ellas.
Y entonces uno puede levantar la cabeza, mirar por la ventanilla y disfrutar del paisaje. No nos pongamos bucólicos: a menudo, el paisaje no tendrá nada de particular, e incluso será cruel y repugnante. Pero el milagro no es ese. El milagro es el viaje en sí, la oportunidad de estar aquí, el movimiento. Si se mira con detalle, siempre hay algo hermoso e interesante. Encontrarlo es la sabiduría.

No glorificaré la vida, pero tampoco la repudiaré. Es lo que es, y ni siquiera ella tiene la culpa de no dar más de sí. Si uno es un poco hábil e ingenioso, si tiene sentido del humor y mira con atención y con buena predisposición, resulta, incluso, que la vida tiene muchas cosas buenas. Detalles simpáticos y entrañables, ocurrencias de lo más poético. Pequeños grandes placeres que son como una guirnalda al cuello.
“De vez en cuando la vida toma contigo café”, canta Serrat. De vez en cuando la vida baila con uno, si uno tiene el valor y la simplicidad de sacarla a bailar (y arriesgarse a que le dé calabazas). De vez en cuando se ríe si uno le cuenta chistes, escucha si uno le cuenta lo que piensa. A veces pasea a nuestro lado junto al río en un plácido atardecer. De vez en cuando, si uno sabe pedirlo, nos concede un abrazo, un beso o algún capricho. Y hasta puede que venga con alguna sorpresa...

En la película de Gonzalo Suárez, Don Juan, mortalmente herido, cruza la laguna Estigia confiando en que la Muerte sea una mujer. ¿Y si la Vida también lo fuera? Si uno se pone guapo y seductor, tal vez no se resista a concedernos sus favores. “Quizá todos los dragones de nuestra vida escribe Rilke, aquel sabio bueno y melancólico son princesas que esperan solo eso, vernos una vez hermosos y valientes”. Hermosos y valientes: tal vez entonces la vida fuese nuestra amante.
Vivir es difícil, pero no tanto. Y hasta puede resultar divertido. Si fuera yo, seguramente lo habría sabido temprano y lo hubiese aprovechado antes. Pero, en fin, nunca es tarde para la alegría de la sencillez. Se te ha otorgado ese don: ¿te lo vas a perder?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Anímate

Anímate, se le repite al triste con la mejor voluntad. Anímate: como si la sola palabra poseyera ese poder performativo, fundador, casi mágico de modelar el mundo por el mero hecho de ser pronunciada. Como si la intención de algún modo tuviese que ser capaz de poner las fuerzas que faltan. Pero el triste no puede animarse... porque está triste. Suspira con Woody Allen: ¡Qué feliz sería si fuera feliz! Sin embargo, es verdad que la palabra tiene poder; pero no tanto por lo que dice como por lo que sugiere. Las emociones son un movimiento (e-moción) que escapa a la voluntad. Pertenecen a ese inmenso ámbito de lo inconsciente y lo automático, donde el Yo no alcanza y parece que no seamos nosotros. Su cariz misterioso justifica que desde antiguo se hayan considerado territorio de almas y de dioses (o demonios). Los médicos de las emociones eran los mismos que trataban con los espíritus y oficiaban la magia: los chamanes parecían los únicos capaces de llegar al corazón, de hacer pactos con...

Destacar

Todos anhelamos ser vistos, ocupar un sitio entre los otros. Procuramos ganar esa visibilidad mediante múltiples apaños: desde el acicalamiento que realza una imagen atractiva hasta hacer gala de pericia o de saber. Claro que la aspiración a no quedarse atrás tensa las costuras del lienzo social, y a veces cuesta el precio de una abierta competencia. Hay quien no se conforma con un hueco entre el montón y pretende ser más visto que los otros. Hay una satisfacción profunda en ese reconocimiento que nos eleva por encima de la multitud, una ilusión de calidad superior que apuntala la autoestima y complace el narcisismo. Sin embargo, nuestros sentimientos ante el hecho de destacar son ambiguos, y con razón: sabemos que elevar el prestigio sobre la medianía suele comportar un precio en esfuerzo y conflicto.  La masa presiona a la uniformidad, y suele sancionar tanto al que se escurre por debajo como al que despunta por encima. Desde el punto de vista de la estabilidad de la tribu, tien...

Defensa de la nostalgia

Un supuesto filósofo, de cuyo nombre no quiero acordarme, sermonea por la radio nada menos que este lema: «La nostalgia es una irresponsabilidad». Desde su pedestal, a este predicador solo le ha faltado decretar la hoguera para los reos de melancolía. Y, como puntilla de su hibris , añade: «Un filósofo tiene que ser tajante, no puede quedarse en medias tintas». Dudo que los dicterios de este riguroso moralista tengan la menor veta de filosofía. Porque si algo caracteriza al pensador honesto es la duda y el matiz. Precisamente la complejidad de las medias tintas. Para sentencias terminantes ya tenemos la fácil temeridad de la ignorancia. En la convicción inamovible se está muy bien: la lucidez empieza en el cuestionamiento, y por eso resulta incómoda y aguafiestas.  Así que yo me permito pasar los axiomas de este señor por el cedazo de mis interrogantes. Ciertamente, la nostalgia es una tristeza, y eso bastó para que Spinoza y Nietzsche la rechazaran. El budismo tampoco la acogería...

La tensión moral

La moral, el esfuerzo por distinguir lo adecuado de lo infame, no es un asunto cómodo. Y no lo es, en primer término, porque nos interpela y nos implica directamente. Afirmar que algo es bueno conlleva el compromiso de defenderlo; del mismo modo que no se puede señalar el mal sin pelear luego contra él. Como decía Camus, «para un hombre que no hace trampas lo que cree verdadero debe regir su acción». Debido a ello, la moral se experimenta, irremediablemente, en forma de tensión. Es pura cuestión de dialéctica: desde el momento en que se elige algo y se rechaza otra cosa, lo elegido se enfrenta a la resistencia del mundo, y lo rechazado se le opone en forma de insistencia. No es nada personal: lo que queremos se nos resiste simplemente porque lo perseguimos, y basta con pretender descartar algo para que nos lo encontremos por todas partes, vale decir, para que nos persiga.  Al elegir, lo primero que estamos haciendo es implantar en la vida una dimensión de dificultad, «que empieza ...

Conversación

Los espartanos consideraban que se habla demasiado, y por eso, antes de abrir la boca, procuraban asegurarse de que lo que iban a decir valía la pena, aportaría algo nuevo y no haría a nadie un daño innecesario. Debían ser un pueblo muy silencioso, y su gusto por la brevedad explica que hayamos incorporado su gentilicio «lacónico» como sinónimo de concisión. Es cierto que solemos hablar de más, pero hacerlo tiene un sentido social que escapa a la austeridad de aquel pueblo de adustos guerreros. Por paradójico que parezca, normalmente no conversamos para transmitir información. Necesitamos hablar porque es nuestra manera de encontrarnos, de estar juntos, de sentirnos unidos. Cierto que lo que nos entrelaza es frágil: meros mensajes, a menudo banales, muchas veces inapropiados. Sin embargo, por frágil que sea, cumple su función primordial de vínculo. Además, hay que respetar las palabras, incluso las más triviales, porque el verbo es más fuerte que nosotros, porque nos trasciende y nos ...