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Conocer a la gente

A veces me pregunto sobre los límites de mi admirada Psicología. ¿Se pueden sacar conclusiones generales acerca del comportamiento de la gente? Yo diría que sí, al fin y al cabo somos unos animales casi tan simples como todos los demás. Sin embargo, aquí el casi plantea un abismo de vastas proporciones. La respuesta sería: sí, con la condición de aceptar un sinfín de excepciones y matices que a duras penas confirmarán la regla. Quizá sea en las excepciones donde resida todo lo interesante que podemos aprender sobre la vida de las personas.


¿Se puede escribir una Psicología de la diversidad? Existe desde antiguo: es el estudio del rasgo o de la personalidad. Recordemos los famosos cuatro humores de Hipócrates. Actualmente hay cierto consenso en torno a cinco rasgos supuestamente definitorios del individuo: extraversión, amabilidad, apertura, responsabilidad y neuroticismo. Sin embargo, incluso esas cualidades, por robustas que se consideren, son incapaces de dar cuenta de la complejidad de un ser humano. Hay extravertidos depresivos y neuróticos. La persona amable tiene malas digestiones, al responsable le vencen la pereza o la avaricia. Como herramientas de comprensión, los rasgos no dejan de antojarse rudimentarios. Y menos mal: ¡mejor no resultar demasiado previsibles! 

Me temo que, para asomarse, siquiera vagamente, a los hábitos y los motivos de una persona, el único camino es frecuentarla. O sea, permanecer cerca de ella y asistir a su devenir cotidiano. Dedicarle nuestra atención y, seguramente también, nuestra emoción. Una aproximación tan minuciosa queda irrevocablemente restringida a los contados seres con los que compartimos la vida. Y ese compartir, por sí mismo, ya destruye cualquier pretensión de objetividad. No podemos contemplar objetivamente a alguien que estamos abordando, en primera instancia, desde lo que es para nosotros. Nos queda disfrutarlo o sufrirlo, conjeturarlo y asumir las muchas veces en que traicionará lo previsto. 
El acercamiento genuino a la gente no tiene nada que ver con la rigidez de la razón o el absolutismo de la ciencia. Se sirve más bien de la intuición, esa astuta cómplice de los donjuanes y los embaucadores. La intuición no pretende un conocimiento preciso, sino un esbozo certero. Es como un buen retrato, que con cuatro trazos hábiles logra sugerirnos el personaje; tal vez falten muchos detalles, tal vez no se nos presente con nitidez, pero de algún modo sentimos que ha captado lo esencial, o al menos lo característico. Claro que sabemos que ese individuo no deja de contar con muchas otras facetas, que no se nos ofrece todo sobre él, pero tampoco es lo que se pretende y, seguramente, ni siquiera hace falta: nos basta con una sugerencia atinada. 

La intuición tiene mucho de arte, y por eso se parece a la poesía y apela al olfato más que a un inventario meticuloso. Hay verdaderos maestros de la intuición, que siempre dan en el clavo a la hora de interpretar al prójimo. Un viejo amigo mío es así: le basta un par de pistas para calar a otro, para vislumbrar, más allá del afectado teatro con que solemos movernos entre la gente, un puñado de verdades significativas. Estos especialistas en la intuición merecen nuestra reverencia, mientras mantengan en prudente suspenso sus conclusiones y no se pongan fundamentalistas. Podemos aprender mucho de ellos, siempre que consideremos sus juicios una buena hipótesis de trabajo. Es una cuestión de lucidez y de respeto: preservar en el otro un trasfondo de misterio que no lo dé nunca por desvelado. 

Comentarios

  1. Así es, para tomar decisiones, la intuición es la mejor herramienta.

    Precisamente en lo impredecible del ser humano, que tiene la capacidad de escoger, reside una esperanza de que el mundo mejore.

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  2. "Ser feliz es muy sencillo. Lo difícil es ser sencillo".
    Me encanta este proverbio Zen.

    Mi admirado Johan Cruyff decía algo parecido para definir el buen fútbol. Decía: "Jugar bien al fútbol es muy simple. Lo difícil es jugar simple".

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    Respuestas
    1. Bonita apelación a la sabiduría de la sencillez. Aunque me temo que para conquistarla hay que atravesar la complejidad, y supongo que esa es la "dificultad" a la que aluden ambas reflexiones. ¡Un tema muy interesante!

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