«El hombre es un buen animal… aunque es mejor no pedirle mucho». He citado a menudo esta sentencia de Romain Rolland —en la que engarzo dos fragmentos independientes del Colas Breugnon —, y lo seguiré haciendo, porque no deja de fascinarme su ironía benévola, su fresco humanismo, y sobre todo su certera agudeza. Dice casi todo lo que hay que decir sobre la condición humana —lo que podríamos explicar, por ejemplo, a un alienígena, o lo que deberían saber nuestros hijos—, y por eso vale la pena que nos la repitamos, a ver si logramos aprender de ella. «Buen animal»… ¡Qué apropiado! Buenos animales son para nosotros, digamos, los perros y los caballos, y por eso les profesamos tanto afecto. Hay, claro está, caballos díscolos y perros mordedores, pero la mayoría sabe portarse bien, nos acompañan y nos socorren, nos obedecen y nos soportan con infinita paciencia, incluso cuando no les premiamos a cambio como merecerían. Dan, en fin, lo que tienen, dentro de lo que dispone su naturaleza y d
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida