Tenía razón Buda al señalar el apego como origen último de todo sufrimiento mental. Traducimos los deseos en expectativas y anhelos, y entonces nos aferramos a ellos, empeñamos en su realización nuestro bienestar. Tal vez en el fondo sepamos que no es cierto, tal vez solo se trate de una ilusión, pero así se asienta nuestra convicción. Y de esa manera nos abocamos al padecimiento. Sufrimos de antemano (porque esperamos con temor de no obtener, porque insistimos obsesivamente, porque centramos todo nuestro esfuerzo en persecuciones a menudo quiméricas); sufrimos mientras poseemos, en lugar de disfrutar (porque nos angustia el temor a la pérdida, porque nos decepciona que las cosas no sean como esperábamos) y sufrimos cuando las cosas se acaban (porque no nos basta haberlas disfrutado, nos obcecamos en su duración; o bien porque nos dejan exhaustos, después de la tristeza y la lucha). Y, en los tres casos, nos sentimos responsables del triunfo o el fracaso: responsables de consegu...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida