Dicen que en Kurkuréu, una aldea del Kirguistán que quizá no existe, hay dos álamos que cantan cuando sopla la brisa. Los árboles gemelos, orgullosos y plácidos, se asoman a la aldea desde la cima del otero que la preside. Imposible contemplarlos sin sentir la emoción de la firme sintonía con que ejercen de centinelas de las sencillas gentes del lugar. Y dicen los lugareños más viejos que en aquella colina, justo detrás de donde ahora están los álamos, hubo un rudimentario cobertizo que acogió, hace mucho tiempo, la primera escuela del pueblo. ¿Hablarán de amor los álamos cuando los mece el viento? Seguramente. Pongamos que de amores necesarios e imposibles, como el de la joven Altinái por su mentor Duishén en el relato El primer maestro , del escritor kirguí Chinguiz Aitmátov. Duishén es un joven campesino, más bien simple e idealista, que se empeña en organizar una escuela en una remota aldea de las estepas, y en el despliegue de esa tarea adquiere la dimensión de un héroe en los
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida