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Mostrando entradas de febrero, 2024

Los álamos de Kurkuréu

Dicen que en Kurkuréu, una aldea del Kirguistán que quizá no existe, hay dos álamos que cantan cuando sopla la brisa. Los árboles gemelos, orgullosos y plácidos, se asoman a la aldea desde la cima del otero que la preside. Imposible contemplarlos sin sentir la emoción de la firme sintonía con que ejercen de centinelas de las sencillas gentes del lugar. Y dicen los lugareños más viejos que en aquella colina, justo detrás de donde ahora están los álamos, hubo un rudimentario cobertizo que acogió, hace mucho tiempo, la primera escuela del pueblo.  ¿Hablarán de amor los álamos cuando los mece el viento? Seguramente. Pongamos que de amores necesarios e imposibles, como el de la joven Altinái por su mentor Duishén en el relato El primer maestro , del escritor kirguí Chinguiz Aitmátov. Duishén es un joven campesino, más bien simple e idealista, que se empeña en organizar una escuela en una remota aldea de las estepas, y en el despliegue de esa tarea adquiere la dimensión de un héroe en los

Tiempo libre

El esperado sábado me alcanza con la flojera de la melancolía. Paso mala noche de sueño inquieto, peregrinajes al baño, miradas al reloj y esperanzas de que la claridad empiece a insinuarse en las ventanas.  Al fin me levanto, me apoyo en el ritual del desayuno, intento leer y no logro concentrarme. Yo quería un puente de respiro entre semana y semana, pero ahora que lo atravieso descubro, tambaleante, que no es más que una insegura pasarela, y añoro la tierra firme del trabajo. No acabo de hallarle razones para la gratitud.  ¿A qué se deben las tristezas súbitas que, como un día plomizo o una madrugada inhóspita, irrumpen a la hora de la supuesta paz, para inundar el mundo de sinsentido y extrañeza? ¿En qué recónditos parajes se preparan, de qué ocultos pozos brotan? Uno va sobrellevando la vida, más o menos entero, más o menos diligente y productivo, guarecido en la santa rutina, embebido en los asuntos irrisorios de la cotidianidad, y parece que todo está ya escrito, que ese equil

Regalos

¿A quién no le gusta recibir un regalo? El obsequio que nos trae un invitado, el detalle que nos dispensa un amigo largo tiempo ausente, los agasajos que recibimos por nuestro cumpleaños: todos ellos tienen el agradable sabor de las buenas intenciones, el halo tan grato de las ofrendas. Sin embargo, tras la costumbre de hacernos regalos unos a otros hay mucho más que una muestra de afecto o generosidad, hay implícito un complejo juego de intercambios que nos remite a lo más profundo de nuestra naturaleza.  Un regalo puede constituir un mero reconocimiento, una señal de gratitud o de estima (de la gratitud que nos despierta la estima), incluso una manera de compartir la alegría, de hacer al otro partícipe de mi satisfacción. Pero, ante todo, y probablemente en origen, un regalo es un modo de crear una deuda, de comprometer al otro a hacer algo por nosotros, si es que en algún momento resulta necesario. Somos animales sociales, la sociabilidad se basa en el intercambio, el intercambio

Grandes esperanzas

«La esperanza es lo último que se pierde», proclama el refrán popular, animándonos a no cejar en los empeños que valgan la pena. Fue, en efecto, la esperanza lo único que se quedó sin salir de la caja de males de Pandora. Curioso mito que expresa la profunda ambivalencia de ese sentimiento: ¿qué hacía en un depósito de males, y por qué no salió con los otros a hacer estragos por el mundo? ¿Se quedó en lo más profundo como último acicate del corazón, o para envenenarlo con su melancólica fe en la redención futura?   Ese don divino, que retuvo para nosotros la temeraria muchacha, huele a trampa. La apuesta contumaz por el mañana vivifica el ánimo abatido, pero también congela su mirada. Esperar tiene algo de cautiverio, de impotencia. Así nos lo previene Spinoza, hermanando esperanza y miedo. Esa «alegría inconstante» que nos inspira la primera tiene el reverso de la «tristeza inconstante» del segundo: uno nos lleva a otro sin darnos cuenta, paralizándonos en la contemplación de una qu