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Mostrando entradas de octubre, 2023

Contención

La civilización empieza en el control consciente de los propios impulsos, primera condición para ejercer esa soberanía de uno mismo que llamamos voluntad.  Muchos animales se contienen, pero suponemos que en ellos el autocontrol es un instinto más, regulando otros instintos. En nuestro caso, el automatismo no basta. Nuestra conducta se rige por metas y se guía por planes; tenemos preferencias y deseos; nos regimos por acuerdos y por normas; nuestras relaciones se basan en el intercambio y el poder. Todo ello requiere una dirección interna, y por eso hemos tenido que desdoblarnos por dentro, desarrollando un núcleo ejecutivo que ejerza un cierto gobierno sobre los comportamientos, decretándolos y limitándolos.  Muchos han querido disociar a esa instancia del conjunto del cuerpo, y así se inventó el fantasma del alma. Pero no hace ninguna falta aludir a trascendencias platónicas ni a dualismos cartesianos. Ya no necesitamos de la metafísica para describir los procesos de la psique: la

No rendirse todavía

Razones para el pesimismo nunca faltan. Tampoco para un cierto optimismo (al fin y al cabo, queremos vivir), pero estas siempre nos parecen más frágiles, menos convincentes, como los matojos que pueden ser arrasados por el envite de una sola riada.  Lo bueno siempre parece volátil, alzado fatigosamente a contrapelo del mundo, mientras que lo malo se impone en un momento, lo malo es lo que queda invariablemente tras lo bueno, y por eso aguarda sin prisa en sus rincones. Por eso nos parece más real, más consistente. Es como si hubiese un sustrato de desgracia que acabará por emerger, más tarde o más temprano, en cuanto algo erosione la fina membrana de lo feliz. Como si lo bueno fuese la excepción, un lujo, una rareza que hubiese que remontar con sangre y sudor por la pendiente de Sísifo, para ver cómo luego, en cuanto flaquean las fuerzas o aflojamos por un instante, se nos escapa rodando cuesta abajo, y se hunde al fondo en un momento.  El pesimismo ostenta la razón incólume de los

Arrogancia

Cuando uno es joven hace muchas cosas bellas y estúpidas (envejecer es seguir haciendo cosas estúpidas, pero cada vez menos bellas). Hoy recordaba cuando un grupo de amigos fuimos a casa de otro en un pueblecito cercano a Teruel. Eran las fiestas del Ángel en la capital, y nuestro anfitrión nos acercó en su coche.  Gentío, alcohol, risas y la sensación de ser dueños del mundo. Mis compañeros me dejaron charlando con una guapa muchacha que nos presentó mi amigo, y se me fue el santo al cielo de la hora a la que habíamos quedado en el Torico para volver a su casa. Cuando la ninfa me despachó y me dirigí al punto de encuentro, ya se habían marchado; según supe después, mi amigo creyó que había decidido quedarme con la moza. Así que vi amanecer sin cobijo y sin gloria, y aún tuve que esperar tirado algunas horas, a que mi amigo durmiera la mona y se le ocurriera venir a buscarme. En aquel tiempo no había teléfonos móviles.  Ya de mañana, mientras rumiaba el fastidio, paró un coche en mi

Tener razón

A todos nos gusta tener razón: hay un placer en sentir que desciframos una causa. Es el gusto de saber, el mismo que impulsa, más que un abstracto afán instrumental, todo el conocimiento y, sobre todo, la filosofía, ese «amor al saber». Conocer lo verdadero, por supuesto. Pero dirigirse a la verdad implica empezar por ser conscientes de nuestras limitaciones (y quizá las de la verdad misma): saber que nunca se sabe por completo; que, como Sócrates, solo sabemos que no sabemos nada. Que siempre queda una objeción, una pregunta… Se hace camino al andar, y siempre hay un paso más allá.  Porque, ¿acaso tenemos alguna vez razón del todo? ¿Hay alguna ocasión en que no tengamos un poco? Aristóteles, que tenía razón en muchas cosas, recomendaba el camino medio, no porque no hubiese falsedades, sino porque el mundo es demasiado complejo para que las cosas sean de un solo color. El mundo es confusión, mezcla, impureza, gradación. Bien está soñar con blancos o negros, pero siempre que no olvid