La civilización empieza en el control consciente de los propios impulsos, primera condición para ejercer esa soberanía de uno mismo que llamamos voluntad. Muchos animales se contienen, pero suponemos que en ellos el autocontrol es un instinto más, regulando otros instintos. En nuestro caso, el automatismo no basta. Nuestra conducta se rige por metas y se guía por planes; tenemos preferencias y deseos; nos regimos por acuerdos y por normas; nuestras relaciones se basan en el intercambio y el poder. Todo ello requiere una dirección interna, y por eso hemos tenido que desdoblarnos por dentro, desarrollando un núcleo ejecutivo que ejerza un cierto gobierno sobre los comportamientos, decretándolos y limitándolos. Muchos han querido disociar a esa instancia del conjunto del cuerpo, y así se inventó el fantasma del alma. Pero no hace ninguna falta aludir a trascendencias platónicas ni a dualismos cartesianos. Ya no necesitamos de la metafísica para describir los procesos de la p...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida