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Mostrando entradas de mayo, 2023

Desear, amar

Los apegos, los deseos… Felices ráfagas que avivan nuestra hoguera y luego, a menudo, la apagan, dejándonos más desamparados. Convulsos mapas de un territorio en perpetua evolución, una patria que tiene aspecto de hogar y sin embargo acaba por dejarnos solos.  El deseo que se realiza tiene siempre algo de tristeza, la que nos inspira la extinción del propio deseo; el deseo frustrado es un pantano amargo que nos hunde en sus arenas movedizas. Por eso, porque ninguna de sus alternativas es buena, muchos sabios reniegan de los deseos. Buda, Séneca, Schopenhauer, desconfiaban de las dulces nostalgias; Spinoza y Comte-Sponville rechazan la esperanza por lo que tiene de vana irrealidad. Pero nosotros, que no somos sabios, sino meros seres humanos, hambrientos y soñadores, no podemos dejar de desear; y quizá ni siquiera debamos.  Un deseo nunca acaba en sí mismo, siempre remite a algo que está más allá de él: a la ilusión de un futuro, a la ceniza de un paraíso perdido. Un deseo, por arbitr

Hacia la verdad

¿Se puede filosofar sin tener como meta la verdad, limitándonos a ese mero deconstruir del afán posmoderno? La supuesta renuncia contemporánea a la verdad, ese martilleo relativista que la despedaza en un puñado de opiniones, se consume en la paradoja de su propio dicterio nihilista.  Y no solo por el silogismo, más bien trivial, de que quien defiende que la verdad absoluta no existe está cayendo en el absolutismo de la relatividad. Lo decisivo es que quien argumenta para deconstruir los viejos relatos ya está actuando con una intención de autenticidad, ya está explorando los caminos de una verdad que trascienda lo parcial o lo relativo, construyendo su propio relato iconoclasta que aspira a despejar de mentiras las certezas decretadas por la autoridad del poder. ¿Por qué habría que molestarse en desguazar lo viejo si no se aspira a levantar algo nuevo de sus escombros?  Ya hace mucho que cuestionamos la verdad con mayúsculas, la convicción definitiva, desvelando en su monolitismo un

Emocionarnos

Tanto en las historias como en nuestra vida, lo que queremos es emocionarnos. No hay nada más insulso que una fábula sin sueños, sin conflictos y tensiones, sin triunfos y caídas; lo mismo vale para el relato de nuestra biografía.  Ansiamos emoción incluso en asuntos tan supuestamente racionales como la reflexión (inventamos la filosofía, que es literatura), el conocimiento (fundamos la ciencia, que es entusiasmo) o el gobierno (y por eso establecimos la política, que es lucha). La convivencia que no emociona nos aburre, el trabajo que no emociona nos deprime o nos abruma.  El hambre de emoción afecta a todo, y por eso nos equivocamos tanto, por eso removemos la simpleza de lo elemental hasta imprimirle una complejidad que lo hace todo más difícil, pero lleno de color y de sabor. Nuestros intercambios son, en el fondo, bastante esquemáticos; responden a un catálogo de necesidades exiguo y básico, y a unas dinámicas en lo esencial previsibles; si nos ciñéramos a esa linealidad, las re

Dirigir

Hace algún tiempo me ofrecieron hacerme cargo de la dirección de una entidad, cosa que jamás se me había pasado por la cabeza; y aún se me había ocurrido menos la posibilidad de que diría que sí. Allá fui, al puente de mando de un navío desconocido, a controlar un timón que no había empuñado nunca, entre asustado y motivado por la intriga de si sería capaz de hacerlo. A veces me sale la vena aventurera.  Mal que bien, he sobrevivido y hasta he disfrutado. El barco flota y avanza: me doy por satisfecho. Pero no me engaño: sé que no estoy en mi lugar natural. Esto de llevar la batuta de la orquesta, por lo que voy viendo y como casi todo en la vida, tiene su don y su arte. Hay personas agraciadas con el don, lo cual es un formidable punto de partida y tal vez garantice, al menos y si el entusiasmo no da para más, un desempeño pasable, de esos que discurren sin grandes tropiezos y permiten que todo el mundo cumpla lo suyo sin sobresaltos.  ¿Se me permitirá envidiarlos? Al fin y al cabo,