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Mostrando entradas de enero, 2023

Partidarios de la alegría

Somos partidarios de la alegría. Convencidos, fervientes, entusiastas adeptos. La alegría de Epicuro, que paseaba con amigos y saboreaba un trozo de queso. La alegría del Quijote, cabalgando a la zaga de sus sueños. La alegría de Spinoza, que la invocaba como fuerza de la vida. La alegría de Nietzsche, contemplando desde las cumbres las vastas lejanías.  Sabemos que ella es frágil y está sola; que a menudo se extravía por quebradas y despeñaderos, y muchos sucumbieron en el afán de rescatarla. Sabemos que, de tan bella, resulta poco convincente. Sabemos que muchos la socavan y pocos la edifican. Sabemos que es fácil arrasarla y difícil restaurarla.  Por eso estamos ahí, porque nos necesita de su parte. Ahí estamos, celebrando su tímido amanecer, sus misteriosos crepúsculos. A veces, al caer de la noche, nos sobrecoge la duda; ¡parece tan poderosa la negrura! Hay un instante en que todo se tambalea. Pero echamos mano de una canción antigua o de las palabras de un maestro, y volvemos a

Lo que nos queda

“No es amarga la verdad ―canta Serrat―, lo que no tiene es remedio”. ¿Tenemos remedio nosotros? ¿Al menos en parte? ¿Y en qué parte? ¿Y cómo?  Yo creo que no tenemos mucho remedio, y esa sí es una amarga verdad. Se nos esculpió a fuego, y ya no hay vuelta atrás. De niño me traspasó la sospecha de no merecer que me quisieran; no esperarlo me hizo receloso. Y esa convicción, por irracional y desesperada que emergiera, es tan profunda, tan primitiva, que tras una vida de reflexiones, terapias, lecturas y experiencias, sigue rigiendo el meollo de mi personalidad. La voluntad no ha logrado curarme de mí mismo. Hasta el punto de desechar inconscientemente lo que contradice mi primitiva convicción, y colaborar con lo que la reafirma.  Para cuando nos descubrimos adultos, lo esencial ya está compuesto: difícilmente llegaremos a nadar lejos de esa patria. ¿Nos queda algo por hacer? “Suicídate”, me sugirió una amable muchacha a la que rondé ―por suerte poco tiempo, y con evidente masoquismo― d

Risa, pero indulgente

¿Han visto Zorba el griego ? Las torpezas duelen menos con una carcajada. “Me reiré de mí mismo porque el hombre es lo más cómico cuando se toma demasiado en serio”, propone Og Mandino. Dicen que el viejo Demócrito no podía contener la risa cuando pensaba en la histriónica condición humana, y ya sabemos aquella célebre chanza de Groucho Marx: “Nunca pertenecería a un club que me admitiera como miembro”.  El que lleva una buena temporada en compañía de sí mismo, debería haber aprendido a reservarse de tanto en tanto unas cuantas risotadas: razones no suelen faltarnos, y la risa indulgente quita hierro a las amarguras y nos rocía de una compasión que abre las puertas del afecto. “Cuanto más locos estamos, más reímos; y cuanto más reímos, más sensatos somos”, escribe Romain Rolland. Al reírnos, recuperamos la verdadera medida de las cosas, que no suele ser tan trágica como solemos pretender con malsana autocomplacencia, y restauramos una cierta sensación de que nuestra “situación es dese

Objeciones a Antígona

En el punto álgido de la obra de Jean Anouilh, Creonte y Antígona discuten sobre la felicidad. Creonte defiende que aspirar a ser feliz es admitir la pequeñez humana, es renunciar a la tragedia a favor del drama, al heroísmo a favor de la rendición. Solo puede ser feliz quien sucumbe, quien acepta que la vida sea incompleta y que nosotros en ella juguemos papeles patéticos.  Antígona prefiere mantenerse en pie, y de ahí su tragedia, si bien desproporcionada por los dos extremos: como castigo y como obcecación. ¿Valía ésta someterse a aquél? ¿No era preferible un coraje ileso para defender mejores causas? ¿Acaso vivir no es, en definitiva, transigir con tantas leyes que no hemos elegido? ¿No hay mayor dignidad en seguir presente, afirmando la vida frente a quienes la vulneran? Algo así proponía Camus: el hombre absurdo se parece a un héroe cuando afirma sin reticencia la maldición divina.  Pero quizá tampoco se pueda soportar una visión permanente del absurdo. Tal vez haya que ser un h