Somos partidarios de la alegría. Convencidos, fervientes, entusiastas adeptos. La alegría de Epicuro, que paseaba con amigos y saboreaba un trozo de queso. La alegría del Quijote, cabalgando a la zaga de sus sueños. La alegría de Spinoza, que la invocaba como fuerza de la vida. La alegría de Nietzsche, contemplando desde las cumbres las vastas lejanías. Sabemos que ella es frágil y está sola; que a menudo se extravía por quebradas y despeñaderos, y muchos sucumbieron en el afán de rescatarla. Sabemos que, de tan bella, resulta poco convincente. Sabemos que muchos la socavan y pocos la edifican. Sabemos que es fácil arrasarla y difícil restaurarla. Por eso estamos ahí, porque nos necesita de su parte. Ahí estamos, celebrando su tímido amanecer, sus misteriosos crepúsculos. A veces, al caer de la noche, nos sobrecoge la duda; ¡parece tan poderosa la negrura! Hay un instante en que todo se tambalea. Pero echamos mano de una canción antigua o de las palabras de un maestro, y v...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida