La sinceridad, como todas las virtudes, tiene su oportunidad y su arte. Mantenerse fiel a la verdad es encomiable y valiente, pero a veces la franqueza resulta superflua, y otras, simplemente inoportuna, como la ayuda al que no la quiere o la gracia con quien no nos soporta. Los años le hacen a uno cada vez más aristotélico: hay bondades que están de más, bondades cándidas que se desperdician donde sería más apropiada la mera corrección cívica, y entonces dejan de ser buenas y más bien parecen un poco bobas.
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida