La razón es una buena herramienta: que no nos falte. Sin embargo, reconozcamos que ayuda más bien poco en las grandes cuestiones de la vida. Los psicólogos lo han comprobado: la emoción manda, y luego viene la razón para infundir sentido y coherencia a decisiones que hemos tomado desde las honduras misteriosas del corazón, sin saber muy bien cómo ni por qué. Sartre acertó condenándonos a la libertad, puesto que siempre hay que elegir, pero no aclaró quién ni cómo es el que decide. ¿Quién elige cuando elijo? Decir “yo” es una simplificación: somos multitud. La voluntad, que se yergue tan arrogante, emana en realidad de un sinfín de voluntades más poderosas: las emociones, los genes, los hábitos, los roles sociales… La voluntad aprieta las manos en el timón y se siente señora del destino, sin reparar en que hay manos más fuertes empujando las suyas. Pensar nos ayuda a hacernos cargo de nuestras decisiones, pero la decisión la tomó un hambre loca, una tarde triste o el miedo a que no n