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Mostrando entradas de enero, 2022

La herida original

El trauma original, la herida básica de nuestra infancia, es descubrir que lo que somos —o creemos, o queremos ser— queda siempre subyugado a lo que se nos impone. Para el principito que todos fuimos en la primera edad, ese que fantaseaba con la omnipotencia y soñaba un mundo que girara a su alrededor, el choque con una realidad limitada y limitadora, con un entorno que nos somete como una losa, debió conllevar un dolor casi insuperable. Y, en efecto, todos lo arrastramos el resto de nuestra vida, y algunos no logran reponerse de él. Freud ya nos esbozó esa herida narcisista original, pero se fue por las ramas leyéndola exclusivamente en clave sexual. Sus discípulos Jung y Adler se acercaron más al verdadero problema de la psique: para el primero, la fuerza primordial de la especie, el inconsciente colectivo; para el segundo, la voluntad de poder. El famoso Ello de Freud, ese núcleo instintivo que nos impulsa, va más allá del mero deseo sexual: es la vida misma, que se sueña omnipote...

Ego y autoestima

Es bien sabida la diferencia de actitud ante el ego (ese núcleo de personalidad con el que nos identificamos) entre la cultura oriental y la occidental. Joseph Campbell la describe bien: mientras en Occidente la sociedad nos anima, incluso nos conmina, a desarrollar un ego robusto y bien anclado en sí mismo, presto a hacerse valer y abrirse paso en un contexto social competitivo, Oriente rechaza el ego al entenderlo un obstáculo para la cohesión social (basada en la sumisión a la norma) y para el ideal máximo, que es la paz mental. Ambas posturas responden a las intenciones y los usos del entorno, y en ese sentido no son comparables. Sin embargo, también tienen una dimensión existencial que vale la pena meditar. Los occidentales hemos descubierto que nuestra fijación al ego tal vez nos haga eficaces, pero a costa de la serenidad y la felicidad. Nos encontramos con la contradicción de que, por un lado, necesitamos ese ego fuerte, alimentado por el orgullo y el prestigio, para ganar un ...

Vergüenza y culpa

Más o menos nos las apañamos para distinguirlas, pero se parecen tanto que a menudo no sabemos dónde acaba una y empieza la otra. Vergüenza y culpa: ¿quién no las conoce en carne propia? Algunos, es verdad, se dirían casi inmunes, hechos de una pasta en la que apenas hacen mella. A otros nos sucede lo contrario: parece que no podamos experimentar nada sin una cierta carga de una u otra, o de ambas. Somos los herederos del pecado original, marcados por una inquietud innata que nos acompaña toda la vida. Vergüenza y culpa tienen, claramente, un núcleo común. Ambas se preocupan por algo que somos o hacemos, algo íntimo que no podemos ni aprobar ni eludir. Tienen que ver, por tanto, con un juicio propio que nos sanciona, una evaluación de nosotros mismos que interioriza el veredicto que nos asignan los otros. O que podrían asignarnos, porque en ambas trepida una dimensión de pudor que incita a la ocultación. Es comprensible que nos esforcemos por sobrellevarlas en silencio, pues atañen a...

Esperando a los tártaros

Dos hombres, deambulando por un páramo, esperan a alguien que no conocen bien y que nunca llega. Entretanto, conversan sin interés sobre cualquier minucia, se aburren, se pelean, se lamentan; se preguntan por la posibilidad de suicidarse. Al contemplarlos, acomete la impresión de que, en el fondo, se trata de un hombre solo, mirándose al espejo, enfrentado a su propia soledad, entre la esperanza y la desesperación. Ya habrá quedado claro que hablo de Esperando a Godot , la clásica obra de teatro absurdo de Samuel Beckett. Un joven militar es destinado a una vieja fortaleza en los límites de un desierto remoto. El baluarte fue construido para repeler un posible ataque de las hordas de unos enemigos desconocidos e invisibles, los tártaros. El joven sueña con la batalla que le permita ganar honor y con ascender en el escalafón militar. Pero en aquel extremo del mundo solo hay seres derrotados por el hastío y la mecánica rutina de la guarnición. El tiempo pasa y los tártaros no atacan, y...