El trauma original, la herida básica de nuestra infancia, es descubrir que lo que somos —o creemos, o queremos ser— queda siempre subyugado a lo que se nos impone. Para el principito que todos fuimos en la primera edad, ese que fantaseaba con la omnipotencia y soñaba un mundo que girara a su alrededor, el choque con una realidad limitada y limitadora, con un entorno que nos somete como una losa, debió conllevar un dolor casi insuperable. Y, en efecto, todos lo arrastramos el resto de nuestra vida, y algunos no logran reponerse de él. Freud ya nos esbozó esa herida narcisista original, pero se fue por las ramas leyéndola exclusivamente en clave sexual. Sus discípulos Jung y Adler se acercaron más al verdadero problema de la psique: para el primero, la fuerza primordial de la especie, el inconsciente colectivo; para el segundo, la voluntad de poder. El famoso Ello de Freud, ese núcleo instintivo que nos impulsa, va más allá del mero deseo sexual: es la vida misma, que se sueña omnipote...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida