El trauma original, la herida básica de nuestra infancia, es descubrir que lo que somos —o creemos, o queremos ser— queda siempre subyugado a lo que se nos impone. Para el principito que todos fuimos en la primera edad, ese que fantaseaba con la omnipotencia y soñaba un mundo que girara a su alrededor, el choque con una realidad limitada y limitadora, con un entorno que nos somete como una losa, debió conllevar un dolor casi insuperable. Y, en efecto, todos lo arrastramos el resto de nuestra vida, y algunos no logran reponerse de él.
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida