No somos héroes. En algún punto de la infancia tuvimos que renunciar a la omnipotencia y admitir que nuestra madera está atravesada de fisuras. Es bueno descubrir que uno ni es el más amado, ni es el mejor amante, como cantaba Llach. Así se evitan muchos delirios y muchos desencantos. Sin embargo, en nuestra nostalgia siempre pervivirá la añoranza de una grandeza excepcional, y quizá por eso nos pasamos la vida atribuyéndosela a otros. Verla en un genio o en un deportista nos devuelve la esperanza de que hayan quedado joyas ocultas en nuestra pequeñez. Ansiamos actores que escenifiquen la altura que nos falta. De ahí que nos guste tanto concebir personajes mitológicos, y que aún nos entusiasmemos leyendo las historias de Aquiles frente a Troya, los doce trabajos de Hércules o las hazañas de Sir Perceval en busca del Grial. Hizo falta que viniera Don Quijote a abrirnos los ojos sobre el revoltijo de esplendor absurdo y mísera realidad que caracteriza la naturaleza humana. Pero el...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida