¿De dónde sale esa apasionada (y a menudo traicionada) obstinación por ser buenos? No sé si somos o no buenos por naturaleza. Hay días en que el espectáculo humano me parece que confirma a mi querido —¡y tan cuestionable!— Rousseau, y la gente parece decantárseme a su idea de bondad innata; y mañanas en las que me levanto pesimista o indignado, y me siento mucho más cerca del lúgubre —¡pero tan lúcido!— Hobbes. ¿Nacemos buenos y la sociedad nos pervierte, o somos homini lupus de forma innata y la sociedad es, por el contrario, un inmenso esfuerzo de contención y reconducción de nuestra iniquidad? Sé que esta es de esas preguntas sempiternas que toda persona seria —y todo filósofo acreditado— se ha planteado alguna vez. No tiene, por tanto, nada de original, ni aspira a desentrañar verdades nuevas. Casi todo lo que se le podía responder ya se ha propuesto. Pero, precisamente por ello, no es una cuestión cerrada, y cada cual tiene que encararla por su cuenta, y tomar partido —aunque las...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida