Hay horas tristes y locas, o tristemente locas, o locamente tristes, en que tenemos que apelar al más lúcido rincón de nuestra mente, ese que se mantiene a salvo a pesar de todo: de los terrores y los delirios, de los entusiasmos desbocados que casi siempre acaban dando un traspiés en la realidad y despeñándose por los barrancos de la desesperación, como el atolondrado hipogrifo violento de Rosaura en La vida es sueño.
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida