Hay horas tristes y locas, o tristemente locas, o locamente tristes, en que tenemos que apelar al más lúcido rincón de nuestra mente, ese que se mantiene a salvo a pesar de todo: de los terrores y los delirios, de los entusiasmos desbocados que casi siempre acaban dando un traspiés en la realidad y despeñándose por los barrancos de la desesperación, como el atolondrado hipogrifo violento de Rosaura en La vida es sueño. Lo han llamado sabio interior porque nos recuerda (o ha hecho concebir) el arquetipo del sabio ancestral, medio filósofo y medio mago, tal vez chamán o brujo, bien plantado en su convicción y en su conocimiento. Las grandes historias lo han mostrado como un anciano asentado en esa serenidad que dejan, como un sedimento, las aguas turbulentas de la vida, que tantas veces nos arrumban en las playas de la decepción, donde se arrastra el cuerpo magullado y envejecido, pero se abren los ojos como en un nuevo nacimiento. Retirado de batallas heroicas, vestido con sencil...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida