La intensidad nos motiva: queremos sentirnos vivos; pero a la vez nos agota, obligándonos a poner fuerzas para afrontar la fuerza de la vida. La segunda ley de la termodinámica rige implacable: lo que nos mueve nos desgasta, del mismo modo que la madera no soltaría llama si no se fuese consumiendo. El mismo tiempo que teje la vida, la envejece. Queremos que nuestra vida sea intensa, porque, como Julián Marías, estamos convencidos de que “la felicidad consiste primariamente en la intensidad de la vida”. Y por eso buscamos constantemente diversiones y alicientes, para no hundirnos en ese tedio que tanto temía Baudelaire, para sentir hasta el fondo la existencia y, así, impregnarla de ilusión de sentido. El reverso de la feliz intensidad es que cansa, y también nos hace falta descansar, guarecernos en una vida mansa y segura que calme la ansiedad. La vida es, de por sí, un exceso, un desafío constante, una libertad agotadora, como nos recordaron Sartre y Fromm, y por eso a veces preferi...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida