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Mostrando entradas de septiembre, 2020

Partir para volver

La intensidad nos motiva: queremos sentirnos vivos; pero a la vez nos agota, obligándonos a poner fuerzas para afrontar la fuerza de la vida. La segunda ley de la termodinámica rige implacable: lo que nos mueve nos desgasta, del mismo modo que la madera no soltaría llama si no se fuese consumiendo. El mismo tiempo que teje la vida, la envejece. Queremos que nuestra vida sea intensa, porque, como Julián Marías, estamos convencidos de que “la felicidad consiste primariamente en la intensidad de la vida”. Y por eso buscamos constantemente diversiones y alicientes, para no hundirnos en ese tedio que tanto temía Baudelaire, para sentir hasta el fondo la existencia y, así, impregnarla de ilusión de sentido. El reverso de la feliz intensidad es que cansa, y también nos hace falta descansar, guarecernos en una vida mansa y segura que calme la ansiedad. La vida es, de por sí, un exceso, un desafío constante, una libertad agotadora, como nos recordaron Sartre y Fromm, y por eso a veces preferi...

Dirigirse con seguridad

Nada más empezar mi intervención noto que me va a costar. Titubeo. Toso, me tropiezo. Me cuesta mirar a los ojos, y en cambio siento todos los de los otros sobre mí. Digo: “No podremos hacer…” y suena como si estuviese pidiendo perdón.  Una voz me interrumpe: “Es injusto”. Otra la secunda con una puntilla: “Pero tú dijiste…” Ahí ya no sé qué responder: la verdad me desarma. Me siento tentado a ceder. Mi compañera sale al paso y me apoya ante los otros. “Pues yo no estoy dispuesta… y menos sin que me paguen… No voy a dejarme la salud”. Su tono es cortante, un punto despectivo, demasiado agresivo para mi gusto. Además, no es eso. No se trata de que nos paguen o nos dejemos la salud, como tampoco solo de justicia o de lo que dije; se trata de hacer valer el sentido común, la negociación, la posibilidad.  Temo que los asistentes le repliquen con un improperio, que alguien alce la voz más que ella, que se nos derrumbe la frágil sintonía. Sin embargo, para mi sorpresa, apenas se e...

Control

Necesitamos que el mundo nos parezca un lugar coherente y previsible, para sentirnos seguros en él, para tener la impresión de que podemos controlarlo, que somos competentes a la hora de afrontarlo. Esa sensación de seguridad es sin duda una de las necesidades primarias del ser humano (Maslow la puso en el segundo escalón de su pirámide, inmediatamente después de las necesidades de supervivencia), y por tanto una de las claves de la estabilidad y la satisfacción humanas. Su ausencia implicaría vernos sumidos en un caos indescifrable sobre el que no tenemos ninguna capacidad de intervención, sensación aterradora que devasta al impotente yo. Remedando la alegoría del carro alado de Platón, ¿quién se animará a tomar las riendas si no espera que los caballos le hagan caso?   El yo, o ego, necesita sentirse capaz y competente para hacer valer su voluntad, o de lo contrario perderá la confianza en sí mismo y, como estructura, se irá descomponiendo; sin auriga tirando de las riendas, el...

Orden

Amamos la libertad, pero, como todo lo bueno, tenemos que remitirla a la medida humana, la medida de la vida que nos toca habitar, que es siempre más modesta que nuestros sueños. Todos nuestros ideales chocan con esa necesidad de domesticarlos, de enmarcarlos en la realidad, ya que esta no tiene por costumbre adaptarse a nuestras esperanzas. Y cuando la encaramos con los ojos abiertos, la libertad muestra otras caras menos atractivas. La libertad nos inquieta, porque llena nuestra vida de incertidumbre y nos carga de responsabilidad. De hecho, muchos procuran escabullirse de ella con mil excusas. Esgrimen los condicionamientos y se ocultan tras ellos: “Yo no quería, pero es que…” “Lo haría, si no fuera porque…” Tal vez logren persuadirse, pero eso no redime el hecho de que eligieron: escogieron, por lo menos, transigir. A Sartre le parece que esconderse tras un supuesto determinismo es hacer trampa, y por eso lo considera actuar de mala fe. Hay maneras conscientes y responsables d...