Soy de esos que prefieren llevar el malestar apretado entre los dientes, disimulando ante los demás y guardándome las lágrimas y la autocompasión para mis retiros solitarios. Nunca he considerado tal reserva una virtud. No lo hago porque me parezca lo adecuado, y aun menos por demostrar entereza, más bien al contrario: callando solo me siento más seguro. Me puede la convicción, irracional pero grabada a fuego desde la infancia, de que nada de lo que me pase le importará realmente a nadie.
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida