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Mostrando entradas de junio, 2020

Lo monstruoso

“Lo humano” es, en buena parte, una herencia de esos peculiares animales que fueron nuestros antepasados; pero quizá sea, más bien y ante todo, un inventario de convenciones que, más o menos deliberadamente, hemos ido implantando en nuestros intercambios. Lo humano es lo social, las reglas de interacción que se han ido estipulando socialmente en una cultura, y que, una vez cristalizadas, vuelven a nosotros en forma de señas de identidad. Todos los grupos se consideran a sí mismos arquetipos de lo humano, y a los demás se les reserva el exilio de la extrañeza. Así, ese conjunto de pueblos que denominamos incorrectamente esquimales se dedican entre sí el apelativo de inuits , que significa “persona”. No son el único ejemplo de colectivo étnico o cultural que reserva la condición humana para sí mismo. Lo humano, pues, somos nosotros, lo que nosotros somos o creemos ser. Aun más: lo que hemos decidido considerar que nos define. Esa definición establece la frontera entre la normalidad...

Frágil democracia

A menudo sucede que las verdades más obvias son las que más necesitan que las recordemos, no sea que su misma obviedad actúe como una pátina que las enturbia en nuestra percepción. Máxime cuando los poderes usan deliberadamente los medios a su alcance para emborronarlas. Algo tan nuclear en nuestras sociedades como el propio juego democrático es sometido a perversas, implacables tergiversaciones. Las democracias burguesas funcionan como eficientes cavernas de Platón en las que el espectáculo de las sombras encubre buena parte de la realidad y mantiene distraídos a los ciudadanos. Nos conviene abrir bien los ojos. La democracia, como el derecho o la ética, es un invento humano concebido para la vida humana, un artefacto artificial que se construye y se sostiene completamente al margen de la naturaleza. Más bien cabría decir: contra la naturaleza, puesto que, en su esencia, se opone a ella, o se mantiene a pesar de ella. Puede que la tendencia a colaborar surja de un instinto, pe...

Liderazgo

Está de moda hablar de liderazgo, ahora que solemos entender toda tarea colectiva como una empresa. Se nos alecciona en que el líder es fundamental para una buena gestión de los recursos  ― incluidos los trabajadores, reducidos a “recursos humanos” ―  que conduzca al beneficio de los inversores. No todo es malo en ese énfasis posmoderno en los líderes. Estábamos tan ocupados en la igualdad que se nos había olvidado que somos, en el fondo, animales gregarios: nuestras hordas siguen precisando sujetos alfa, de lo contrario se convierten en agrupaciones inestables y estériles. La vindicación del liderazgo nos avisa que la libertad sin jerarquía  ― o sea, sin demarcación ―  es una libertad solitaria, atomizada, infructuosa: seguramente, demasiado vasta e inquietante para que la mayoría de nosotros sepa cómo arreglárselas con ella. Asociábamos el líder con la opresión y la sumisión, pero solo con un líder podemos fusionar libertades en proyectos comunes. El lideraz...

¿Quién tuvo la culpa?

Una mujer le confiesa a su marido que tiene un amante. El hombre, abstraído en el limbo de la cotidianidad, siente de súbito que se le resquebrajan los pilares de su existencia: la mansa historia de afectos monótonos, el futuro pactado con el que contaba, los lugares y las personas en que creía enmarcado el resto de su vida. En un parpadeo se lo han robado todo: la identidad, las alianzas y los antagonismos, el relato, el tiempo. Todo su paisaje se ve sacudido por un seísmo que amenaza arruinarlo, tras el cual aguarda el vacío de la incertidumbre, de lo que parecía escrito y ahora habrá que reescribir. Ante una pérdida violenta, después del perplejo asombro, el proceso de duelo suele arrancar con rabia. Es nuestro modo de improvisar explicaciones: buscar un culpable. Preguntamos mil veces por qué, y ninguna respuesta nos parece suficiente. Nada justifica una traición tan pérfida. En realidad, sabemos que no tenemos razón, que el amor es una frágil chalupa en la marejada de los su...