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Mostrando entradas de mayo, 2020

¿Mejores?

El futuro nos arredra, como todo lo desconocido, pero es el único tiempo dócil a los sueños, el único que se deja impregnar por las oportunidades, y por eso tiene el aire fresco de la esperanza. Los videntes merecen estrujar nuestros bolsillos porque hacen poesía con nuestras ilusiones; inventan, como los profetas o los artistas, los futuros deseados que nosotros no nos atrevemos a afirmar. Por eso hay que tener cuidado con sus hermosas mentiras, porque nos tienen de su parte de antemano.

El parásito desbocado

El parásito es un producto muy congruente de la evolución. Si de lo que se trata es de sobrevivir, al menos hasta reproducirse, el parásito usa el medio más económico: sacar partido de la supervivencia de otro. Se apropia del destino ajeno, adosándose a él: donde hay para uno, hay para dos. Si el huésped tiene de sobra, hay que repartir. Aquí se aprovecha todo.

La peste

Vale la pena releer La peste de Camus en pleno imperio de la pandemia. No por morboso masoquismo, sino para buscar espejos en los que ver reflejadas nuestras vivencias y elementos para intentar descifrarlas mejor. La novela, contundente y minuciosa, describe una epidemia ficticia en la colonia francesa de Orán durante los años cuarenta del siglo pasado. Entretanto, en la realidad, el mundo sufría los estragos de la Guerra Mundial; un trágico paralelismo que, obviamente, no es casual.

Abuelos

Los flecos del capitalismo se desangran por sus arrabales, en esas tierras de nadie donde la ley del dinero arroja las sobras, los individuos que no le sirven para nada y más bien le resultan un estorbo: los pobres (porque no compran), los enfermos y los viejos (porque no producen). El capital simpatiza poco con los débiles y los improductivos: es una máquina implacable que tiene demasiada prisa por acaparar riqueza, por competir y dominar, para detenerse en el dolor y la vulnerabilidad; si les da algún amparo, es para que le molesten menos.