Pensar tiene su don y su frontera. A menudo, la mente juguetea, vagando por los ingrávidos paisajes de la memoria y la imaginación, saltando de rama en rama sin objetivo: si no se pierde en sus propios laberintos, tal vez germine en la creatividad. En otras ocasiones, organiza y modela las ideas y arma estructuras de significados nuevos: admiración para quienes nos enseñan a hacer que el pensamiento sea más certero, más ingenioso, más coherente; exploradores que se adentran en los repliegues de la razón para cartografiar sus sutilezas. Tenemos una gran deuda con los adalides de la lógica. Pero la filosofía que nos urge, la que indagaban Epicuro, Séneca, Montaigne y otros que solo amaban el pensamiento cuando podría hacernos mejores, es la que nos oriente, como decía este último, acerca del buen vivir y el buen morir. “Pensar mejor para vivir mejor”, es la divisa de Comte-Sponville: que el pensamiento nos sirva como guía y como instrumento en nuestras singladuras cotidianas, que no...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida