“Todo pasa y todo queda”, glosa Machado, resumiendo la enigmática paradoja de la marcha de las cosas: la vida es cambio permanente, pero cada entidad nueva acrisola una larga historia de causas y sucesos. Nada está quieto y, sin embargo, uno tiene la impresión de que todo se repite. Nietzsche expresó su fidelidad incondicional a lo que es, proclamando su eterno retorno, pero a la vez se presentaba como el apóstol de un futuro luminoso por construir. ¿Somos los mismos a lo largo de la sucesión de los instantes, o a cada segundo el mundo surge de la nada, como hace la música, y nosotros con él? El problema del cambio apasionó a los griegos, que fueron los primeros en asumirlo conceptualmente, bien para aceptarlo, bien para rechazarlo. Algunos creyeron hallar la solución inventando distinguiendo, arbitrariamente, entre esencia y apariencia: la esencia sería verdadera e inmutable; la apariencia, sujeta a transformación, constituiría una suerte de despreciable espejismo. Dos filósofos ...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida