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Mostrando entradas de enero, 2018

Partidarios de la alegría

La mayoría de la gente, aunque no se lo confiese ni apenas a sí misma, no quiere una vida fácil o plácida, sino una vida apasionada. La pasión es lo que nos hace sentirnos vivos, y de ahí que tenga mucha razón el refrán popular que afirma que, cuando no tenemos problemas, nos los buscamos: solo los desafíos y las pruebas nos sacan del marasmo, hinchan nuestras velas y hacen que sintamos en la cara los ventarrones de la existencia. Tienen además la virtud de hacer que pensemos menos en nosotros mismos, que tengamos menos tiempo para compadecernos o darles vueltas a nuestras miserias, y menos fuerzas para aferrarnos a nuestras manías: son, pues, heraldos del sueño amable y el buen humor, esto es, de la alegría.      Los tres grandes profetas de la alegría son Epicuro, Spinoza y Nietzsche. En ninguno de ellos hay coartada para la tristeza. Los tres son, además, aliados de la fuerza, anfitriones del apuro y adalides de la pasión. Cada uno a su estilo. Los tres confían en la v...

Alguien pregunta si soy feliz

Una señora que no conozco, al devolverle a mi madre algunos escritos míos que le había prestado, no escatima elogios, pero al final le apostilla : “Pero, tu hijo, ¿es feliz?” La pregunta, sobrecogedora y colosal, me deja impactado cuando mi madre me lo cuenta. ¿Qué impresión general se habrá llevado esa señora después de leer mis escritos? ¿Qué estaré comunicando, sin apenas darme cuenta, para que alguien indague sobre mi felicidad, tal vez con un punto de inquietud? Preguntarle a alguien si es feliz es tan excesivo que casi ofende. Más que una pregunta es un golpe bajo, una carga de profundidad. Un laberinto en el que uno se pierde irremisiblemente, como plantear si hay algo después de la muerte o si la vida tiene sentido. ¿Se puede responder con un sí o un no? De hecho, ¿se puede responder? Recuerdo que una vez, haciendo el servicio militar, en uno de esos experimentos que me da por hacer con la gente, inquirí repentinamente a un compañero de guardia cuál era para él el sentido de ...

La tarea del obstinado

Trabajar por lo que merece la pena es ahondar en nuestro propio valor; es adentrarnos en el camino que nos lleva a nosotros mismos; es ganar en dignidad y en sentido. Trabajar por lo que merece la pena es un acto de amor: a la vida, a la humanidad, a nuestros cercanos, a nosotros mismos. Al trabajar con pasión estamos conquistando mérito para el patrimonio común, ganando altura para todos, oponiéndonos a la mera facticidad, que tira de nosotros hacia el fondo. Al trabajar estamos afirmándonos como constructores, como creadores, como inventores, nos convertimos en presencia ― por más que efímera ― en la inmensidad ausente del universo frío. Nuestras creaciones sinceras prolongan nuestro ser más allá de nosotros. Se dirá que lo hacen hacia la nada, puesto que al final han de perderse. Pero es una nada que brilla, una nada que por un instante tuvo nuestro nombre. Como Sísifo, levantamos nuestra pesada piedra por la cuesta, aunque sepamos que al alcanzar la cima rodará ladera abajo. Mie...

Cuando no nos quieren

No hay remedio: por mucho que nos esforcemos, nunca ganaremos la simpatía de todos los que nos rodean. Para lograrlo, tendríamos que estar en otra órbita, fuera del barro del mundo. Tal vez sea el caso de los sabios o los santos. Para los que no somos ni lo uno ni lo otro, el barro es nuestra patria: pertenecemos a él, vivimos en él, morimos en él. Si no hemos logrado amar a todo el mundo, ¿cómo vamos a pretender que todo el mundo nos ame? En la aspiración a la simpatía universal quedan rescoldos de la hoguera original en la que nos cocimos: el sueño de la omnipotencia, la convicción de ser el centro del mundo. El niño es ― tiene que ser ― radicalmente egocéntrico. La madurez, si es que existe, reside ante todo en la r evolución copernicana que nos expulsa del centro del universo, y relega nuestro hogar a un mero arrabal, en el brazo de una galaxia espiral perdida entre otras incontables galaxias. Crecer, curiosamente, no es hacerse más grande, sino asumir la conciencia de la propi...