Es un asombro advertir lo fácilmente que me he desprendido de amigos y amores. Durante un tiempo fue la intensa proximidad, y un día, casi de repente, cayeron en la insignificancia y el olvido. A veces distanciarse era algo necesario, o al menos deseado: cuando se había perdido el aliciente, o las promesas, o la conmoción, o simplemente la alegría. Había en el olvido, en el pasar página, algo de requerimiento o de apremio; la vida ya no era grata junto a ellos (ni para ellos junto a mí, supongo, porque estas cosas suelen transitar en las dos direcciones), se había impuesto la decepción o la rabia, o sencillamente el cansancio; el olvido era cuestión de salud o de renovación. En otros casos, el desafecto fue avanzando casi en silencio, por agotamiento, y un día ya no quedaba nada que hacer juntos, o al menos la extrañeza había ganado al gozo y hacía preferible —natural— que la distancia ganara a la querencia. Uno se puede reprochar a sí mismo el descuido, la indolencia, el no haber r...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida