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Mostrando entradas de septiembre, 2016

Nuestra compulsiva aspiración al cambio

Al hilo de las reflexiones de Z. Bauman sobre la vida líquida, se me ocurren algunas ideas sobre la insistente manía, propia de nuestra sociedad, de cambiarnos a toda costa.   Cambiar es el gran empeño del hombre líquido, que sueña con una tecnología capaz de permitirle adueñarse hasta del último rincón de su vida, para administrarlo, planificarlo, racionalizarlo; en definitiva, hacerlo rentable. No olvidemos que el hombre líquido es empresario de sí mismo, amo y esclavo a la vez, y que se trata a sí mismo con el mismo afán de explotar al máximo, en función de los beneficios, que el de cualquier inversor. Cada cosa que hacemos por nosotros mismos es una inversión, es decir, debe rendir un beneficio previsible. Por eso, esperamos que nuestros esfuerzos por “mejorar” nos hagan más eficaces.   Ya no se trata, como en otros tiempos, del buen vivir que duramente conquistaba el sabio, y cuyo punto de partida era, precisamente, admitir los propios límites y reconciliarse con los...

Poética de los viajes

Es un viejo tópico, sobre el que ya se ha dicho casi todo, la rica simbología del viaje. Pero eso solo nos demuestra lo profundamente que los viajes están vinculados con nuestra naturaleza, su carácter arquetípico; hasta qué punto vivir es viajar, y el viaje constituye la metáfora elemental de la existencia. La simbología de los viajes es antigua y de larga tradición: desde los relatos primitivos hasta los mitos heroicos. El viaje es la oportunidad para renovarse: no hay transformación sin viaje y no hay viaje sin (una cierta) transformación. Viajar, en este sentido, es una ceremonia sagrada, es ponerse a disposición de los dioses, consentir la despedida y la pérdida, abriéndose así al hallazgo y a la suerte. Y todos los viajes, como el de Ulises, son en cierto modo un regreso a la patria, pero un regresar transformados y viejos, después de perder mucho, es decir, de aprender. La Odisea es el viaje de los viajes, es la vida. Somos criaturas en el tiempo, y el tiempo es movimient...

Dulce olvido

No puedo quejarme de mi salud; el cuerpo lo aguantó casi todo hasta los cuarenta, y aún se mantiene tolerablemente bien. En cambio, por lo que respecta a la memoria, siempre la he tenido fatal (al menos desde que recuerdo). Así que, si Albert Schwaitzer tenía razón, debo ser bastante feliz. Aunque lo olvide a menudo. La mala memoria me ha hecho algunas jugarretas, y siempre me ha parecido que empobrecía mi vida. Poca huella me queda de tantas lecturas, tantos estudios, tantos aprendizajes, y por eso me veo obligado a repetirlos, cuando no puedo o no quiero darlos por perdidos. Eso es bastante fastidioso, además de un desperdicio de esfuerzos y energías. Consuela un poco leer lo bien que Montaigne se tomaba este problema: “La memoria es un instrumento de extraordinaria utilidad, y sin él el juicio hace a duras penas su trabajo. Carezco de ella por completo”. Me temo que yo no sé afrontarlo con tanto desparpajo. Envidio a esas personas que memorizan a la primera el nombre de alguien a...

Conversaciones con los que se fueron

Sabemos que hemos de morir, aunque nunca lo aceptemos del todo; nuestra propia muerte no es una experiencia mientras vivimos, por lo que resulta una amenaza abstracta, una sombra que vemos de reojo entre la neblina. «Solo se mueren los otros», suele decirse, y Epicuro lo expresó con elocuente sencillez: «Mientras nosotros somos, la muerte no está presente, y, cuando la muerte se presenta, entonces no existimos».  Sin embargo, en el caso de los demás, la finitud es un hecho que se nos impone con toda su crudeza. Los seres amados se van y ya no vuelven: en esa ausencia que «durará y durará», como dice Comte-Sponville, se resume el vacío demoledor que las pérdidas nos dejan para siempre. Son conocidas las etapas del duelo: primero nos rebelamos con la negación; luego, el tiempo y la implacable realidad van doblegándonos, hasta que vamos asumiendo la contundencia de la verdad.  Pero quizá la herida jamás se cierre del todo. Vida y muerte se entrelazan misteriosamente, como nos mu...