Un niñito, de apenas dos o tres años, corre por la acera con una caja en la mano. La madre le llama y le dice que vuelva. El pequeño se detiene y la mira, como tanteándola, pero no retrocede. La madre le repite, ya a gritos, que regrese a su lado. El crío aguanta la sonrisa, titubea, pero sigue quieto. La madre empieza a contar: «Uno…» El niño frunce el ceño, se da por vencido y camina hacia ella, arrastrando los pasos. Suele asumirse que los niños necesitan llevar la contraria para reafirmarse, para sentir la entereza de su identidad. Las madres necesitan vencer a los niños para que estos no se conviertan en tiranos, y les impidan protegerlos y guiarlos. Lamentablemente, por cansancio o por pereza, por inseguridad o extravagantes convicciones, hay actualmente muchas madres (y padres) que dimiten en esa disputa. Pero no era ese el asunto al que íbamos aquí. Los pulsos de poder son un fenómeno apasionante, que nunca me cansaré de observar y de admirar. Suceden de manera constante,...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida