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Mostrando entradas de julio, 2024

El diario que no llegué a escribir

(Redacté estas líneas el 3 de junio de 2013. No sé qué mosca me picaría, después de tantos años, para iniciar otra vez un diario. Hacía poco que me había quedado solo, quizá me carcomiera la insoportable levedad del ser. El proyecto no fructificó. Pero releo este prólogo y me gusta). Un diario propiamente dicho me da mucha pereza. Jalear con detalle la aburrida cotidianidad es un festín egocéntrico que a estas alturas me resulta demasiado tosco. En la juventud, cuando mi vida me parecía tan importante, tuvo su sentido; tal vez me sirviera para sufrir un poco menos, porque escribir es objetivar las cosas, ponerlas un poco fuera, expulsarlas a un escenario que parece ajeno. Con el tiempo me abrumó caer en la cuenta de que no hacía más que repetir una y otra vez hechos idénticos, regodearme en el calco de lamentos triviales. Mis diarios eran la muestra palpable de cómo mi vida consistía en un tiovivo de diámetro más bien estrecho. Por aquel entonces no había entendido a Nietzsche y aún es

Selección cultural

Lo que se ha llamado selección cultural (Harris), como derivación de la «selección natural» que opera en la evolución biológica, es una trasposición discutible y, desde luego, su paralelismo se agota en el mero concepto. Considerar que las formas culturales evolucionan, como las formas biológicas, por algún tipo de selección de eficiencia, es aplicar a la cultura leyes que no le corresponden; al menos no tenemos prueba terminante de que lo hagan. Es cierto que la cultura se construye como un modo colectivo de respuesta más o menos apropiada a las exigencias del entorno, con el objetivo de aumentar las probabilidades de supervivencia de los individuos de ese colectivo. Y es evidente que la mayoría de las formas culturales (eso que Ortega llamó usos ) han sufrido un proceso de refinamiento en las estrategias en función de su eficacia como respuesta al entorno. Pero el paralelismo entre ambos mecanismos de adaptación termina ahí. La cultura no es un artefacto directamente vinculado a la

La mente programada

A pesar de sus inconsistencias, el paradigma cognitivo sigue dominando la psicología. Hay que reconocer que el símil del ordenador es sugerente. Los sentimientos y las conductas parecen a menudo responder a programas, más que a una voluntad más o menos razonable. Cada circunstancia tiene su programa. La vida cotidiana se rige por un programa estándar, que prima las obligaciones y la adaptación social. En cambio, en la intimidad predominan variables más sutiles. Hay programas que actúan a largo plazo, toda la vida, construyéndonos o destruyéndonos lentamente. Otros son programas de emergencia, que se disparan en situaciones de sobrecarga o estrés, adueñándose dramáticamente de la personalidad o la conducta. Es en esos estados de excepción cuando se manifiestan rasgos que permanecían latentes, más o menos controlados o compensados por el programa ejecutivo . Es importante prestar atención a esas partes esquivas, habitualmente enmascaradas o reprimidas, que desde Freud suponemos agazapada