Ahí está la rabia, la vieja gruñona, la niña asustada, la bruja resentida, con su clamor de gritos y reclamos, perturbando la placidez de mis atardeceres, removiendo a manotazos el fondo de mis estanques, desmenuzando las fuerzas que reservo para la tarea de vivir. Ahí está, y cumple su función de centinela, y sé que solo quiere defenderme y hacerme valer; pero emerge también de mis inseguridades y mis temores, es también un rebullir desesperado que lucha para preservar la infantil ilusión de omnipotencia. Es un dolor que encubre el dolor de la vergüenza. Y hoy no lo quiero, hoy prefiero mirar a la cara la verdad, que es amarga pero firme y reconfortante como el hogar paterno. Ira, tú y yo hemos tenido ya unas cuantas citas, y pocas han acabado bien. Irrumpes con tu escándalo, quebrando a mazazos mi mansa lasitud, rasgándote las vestiduras como una plañidera y confabulando a los dioses para la guerra. No te quiero, rabia, no eres santo de mi devoción ni siquiera cuando aci...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida