En una película de Woody Allen, vemos a dos amantes en la cama. No yacen solos. Junto a cada uno de ellos, también entre las sábanas, están sus padres. Estos meten baza grotescamente en el diálogo entre los amantes, salpicándolo de confusión. La escena nos inspira una hilaridad inquietante: todos hemos tenido la sensación de ser más que nosotros mismos, de estar flanqueados permanentemente por un tumulto de personajes. No todos son igual de decisivos, pero cada uno ejerce sutiles influencias sobre nuestra conducta. Juzgan, interrumpen, ordenan, protestan; discuten entre ellos, y se relacionan a su modo con los que bullen en torno a las personas que nos cruzamos. Somos multitud. ¿Quién habla cuando hablamos? ¿Quién decide cuando actuamos? Y, sobre todo, ¿quién siente cuando sentimos? Freud ya sugirió una instancia psíquica en la que reside la interiorización de las imposiciones de los progenitores: el agrio Superyó. Al atribuirle una función meramente represiva, pecó de par...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida