El parásito, en lugar de adquirir el sustento por sí mismo, se apropia del de otro individuo, al que se adhiere como una sombra, lo mismo que un inquilino gorrón. El fenómeno del parasitismo resulta fascinante: se diría que el parásito existe solo hasta cierto punto, o, mejor, que existe como parte de otro. Lo que pierde como entidad lo gana en prosperidad. Bien mirado, desde la perspectiva de un biólogo, hay que reconocer que en el contexto de la naturaleza tampoco resulta un recurso tan sorprendente: tiene mucha similitud con la depredación, solo que sin ataque y sin sangre, con un estilo basado en la discreción y la persistencia; una depredación a fuego lento que, la mayoría de las veces, no mata al anfitrión, solo le debilita. El inquilino gorrón tampoco suele llevarnos a la ruina, sino que se limita a colonizar nuestro espacio y aligerar nuestro bolsillo. El anfitrión así exprimido dura más que la víctima aniquilada, lo cual es una ventaja para el parsimonioso parásito, que ha
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida