A la inteligencia le conviene ser temeraria en sus propuestas, pero prudente en sus respuestas. ¿Cuántas ocurrencias brillantes no naufragan en su propia soberbia? No por la soberbia en sí, que al cabo podría considerarse audacia o firmeza en las convicciones; sino porque una convicción que nos ciega se convierte en una vía muerta. La lucidez es humilde no por inseguridad, sino todo lo contrario: porque se sabe más importante que ningún axioma. Bien está afirmar nuestras certezas con seguridad, sobre todo cuando se trata de defenderlas ante sus adversarios. Pero la verdad es difícil, escurridiza y cara, ardua y poliédrica. Lo es incluso para las luminarias más brillantes y las voluntades más entregadas. Cuando se cree haber tejido una conclusión acertada, suelen descubrírsele los desgarros que le quedan por aquí y por allá, y que antes no sabíamos ver. “La verdad es como una manta que siempre te deja los pies fríos”, sentencia uno de los protagonistas de El club de los poetas m...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida