Cada uno de nuestros actos en sociedad transmite un mensaje, crea una expectativa, implanta un estatus, sienta un precedente. Tal vez uno se sienta caracterizado ante todo por las intenciones; para los demás, en cambio, somos nuestros actos, y ellos van perfilando la imagen social con que se nos identifica. La reiteración de esquemas de comportamiento asienta las pautas sobre qué se puede esperar de nosotros: la vida en común se basa en lo previsible, y estamos programados para detectar las regularidades que definen a la gente. En definitiva, cada conducta da cuenta de nosotros, es un signo cargado de significados, y a ello se atienen los demás cuando se nos dirigen. Por eso hemos de ser cuidadosos en lo que hacemos, es decir, en lo que comunicamos con lo que hacemos. En mi juventud —aquellos tiempos en que los trenes eran “animales mitológicos”, como dice Sabina; benditos tiempos irrepetibles en que cocinábamos con un hornillo en los parques y dormíamos sin miedo en las plazas...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida