«No es posible vivir placenteramente sin vivir sensata, honesta y justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir con placer». Con tan feliz simpleza, Epicuro nos traza el mapa de una existencia grata y fructífera. Vivir, dice, debería ser gozoso: no siempre —cosa imposible—, pero sí en el fondo de los fondos; sí, también, mientras surcamos el oleaje de la cotidianidad. Vivir tiene que ser una travesía amena que podamos afrontar con entusiasmo, comprometidos en tomar partido por la alegría. Sin gusto, el ánimo se abate y la fuerza se marchita. «Pues al menos yo no sé qué pensar del bien si excluyo el gozo…», insistía Epicuro. ¿De qué nos serviría un bien que no nos cautivara evocando otros bienes por venir? ¿De dónde sacaríamos las fuerzas para ganarlo y defenderlo? ¿Qué nos quedaría de él, después de las batallas? Gozo, pues, como partida, y también como destino. No un gozo cualquiera: los hay que no merecen la pena, por irrelevantes o tramposos. Su valor no siempr...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida