Morimos para que vivan otros: el mundo no podría permitirse amontonarnos sin que alguien se marchara para hacer sitio. Esa biología elemental debería también reconciliarnos un poco con la perspectiva de la muerte, sobre todo cuando el sitio que dejamos será ocupado por seres que amamos, que hemos traído al mundo y pasean por él nuestros genes, y los legarán al futuro, impregnándolo de algo nuestro. Morir es, pues, un don que entregamos a los que nos suceden. Habrá quien, más que un regalo, vea en esa entrega un precio, ya que nos viene impuesta y nadie nos preguntó si la aceptábamos. Sin embargo, también es obligado respirar y comer, y bien que lo disfrutamos: es nuestra naturaleza, así estamos hechos, y para la mayoría de las cosas ni siquiera nos lo planteamos. Solo lo hacemos para renegar del esfuerzo o del dolor. Pero, ya que disfrutamos de una parte de lo que somos, ¿no deberíamos admitir todas las reglas del juego? ¿Acaso lo obligado, por ingrato que nos resulte, no puede ejecu...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida