Sentido común. Eso es lo que lubrica las disputas; los roces, los desencuentros, las rivalidades. Mezclado con una pizca de cultura, que nos ayude a abrir los ojos, y una generosa porción de buena voluntad, que ofrezca lo mejor de nosotros y nos predisponga a lo mejor de los otros. El sentido común se pierde fácilmente cuando uno deja de asentar los pies sobre la tierra y consiente que lo arrastre la mera obstinación del triunfo. O sea: cuando convertimos nuestros encuentros en luchas de poder. Con tal de arrollar en los pulsos conceptuales, somos capaces de todo: de retorcer argumentos y hasta de inventarlos; de usar expresiones ofensivas para empujar al otro al terreno emocional, haciéndole descarrilar; de repetirle cosas dichas anteriormente y contradictorias con lo que afirma ahora, tergiversadas a conveniencia… Para mantenerse en el sentido común hace falta serenidad y buena voluntad. Poner límites, pero sin rigidez, con la naturalidad del que aplica lo que es justo, con la...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida