El grado de satisfacción con la vida, o, si se quiere, eso que llamamos “felicidad”, es algo elástico que se estira y se encoge según el color del cristal con que se mira. Spinoza ya nos lo explicó: depende de la relación de fuerzas frente a las cosas con las que nos topamos; a una picadura de mosquito le podemos, una punzada de araña tal vez nos pueda. Nos complace lo que nos sabemos capaces de vencer, y nos fastidia (o nos mata) lo que nos vence. En vano soñamos con ir ascendiendo puestos en la escala del contento, si pretendemos que las marcas alcanzadas se mantengan ya estables como territorio conquistado: habrá golpes de viento que nos despeñarán. También hay oleadas repentinas que nos elevan, a menudo misteriosamente, pero esas siempre son menos. Ley de entropía: para caer basta con esperar lo suficiente; en cambio, subir es improbable y requiere esfuerzo. Pero con esto del ánimo sucede otro fenómeno que me parece aún más interesante y asombroso, y que si llegáramos a asum...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida