Si la rareza reside en la excepción, todos somos raros desde algún punto de vista. Todos nos salimos del guion en algún momento, y somos señalados por el dedo cruel de la desaprobación social, esa agria valedora del adocenamiento de la tribu. ¿Cómo te atreves?, parecen decirnos los portavoces de la normalidad (es “normal” lo que se atiene a la “norma”). ¡Vuelve aquí, aprisa, antes de que sea demasiado tarde! Así que ser raro o no serlo ya no es el dilema. La cuestión, a estas alturas, cuando uno ha presenciado una muestra significativa del espectáculo humano, consiste más bien en juzgar el valor de las rarezas y en hacer algo bueno con ellas. Toda la vida me la he pasado excusándome por mis supuestos defectos, obligándome a actuar como los demás esperaban y haciendo lo que se supone que es “normal”. Debo confesar que no me ha salido bien, que al final ha prevalecido la rareza, al menos en mi vida privada, ese ámbito en el que nos relajamos y a menudo se nos escapa la autenticidad. ...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida