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Mostrando entradas de agosto, 2019

¿Por qué el psicoanálisis no es ciencia?

Cuando tomamos ojeriza a alguien, es fácil ver malas intenciones en todo lo que haga, sea lo que sea. Si no nos habla, nos está demostrando su desprecio; si nos habla, nos está ofendiendo con su hipocresía o su arrogancia. Si no nos ayuda es un egoísta; si nos apoya pretende humillarnos. Con cada uno de sus actos crece nuestra convicción acerca de su iniquidad, y se reafirma nuestro juicio que lo considera execrable. De ahí a considerarlo implicado en la causa de todos nuestros males, solo hay un pequeño paso. No hará nada que no nos perjudique: si se mantiene alejado, algo estará tramando; si se acerca, será con la intención de dañarnos. Detrás de cada detalle ― la mirada, el cuchicheo con otros, la mera presencia ― sospecharemos una conspiración. Lo más interesante de todos esos recelos no es que respondan o no a la realidad ― a veces acertaremos ― . Lo que da para pensar es que, por errados y excedidos que resulten, podrían ser ciertos. Y es ese rasgo de posibilidad el que

Rescatarse de uno mismo

Cada día es más firme mi sospecha de que la felicidad (lo más parecido a eso que llamamos felicidad, dentro de lo humanamente alcanzable) consiste ante todo en pensar poco en la propia felicidad, o sea, en uno mismo. Tal vez si dedicáramos menos tiempo a pensar en nosotros (en lo perdido y lo sufrido, en cómo deberíamos ser, en lo que deseamos y no tenemos, en lo que nos dan o no nos dan los demás…), tal vez si nos tomáramos menos a pecho y nos obsesionáramos menos con mirarnos en el espejo, llegaríamos a querernos más, es decir, a disfrutar de la vida (lo cual incluye a veces sufrirla, qué le vamos a hacer). Porque si al menos nos observáramos con el ánimo de conocernos mejor, como proponía el Oráculo de Delfos, hacerlo podría resultar interesante y constructivo; podría llevarnos, incluso, a una cierta sabiduría. Pero pensamos en nosotros mismos (y casi siempre también en los demás) como en algo incompleto y defectuoso que hay que modelar, algo que requiere solución; es decir, nos

Elogio del egoísmo

La moral cristiana, con su habitual simpleza esquemática, condena la defensa apasionada del ego, sin compasión ni matices. La tribu lo contempla siempre con recelo: ambas prefieren la sumisión. Sin embargo, desde que la vida se fragmentó en individuos tuvo que dotarlos de la defensa de sí mismos ante los demás, con quienes hay que luchar, competir y pactar. Un impulso tan elemental, tan crítico, no debería juzgarse a la ligera. ¿Se puede, entonces, ser sanamente egoísta? No solo eso: se diría que la única manera de mantenerse realmente sano es ser egoísta. Practicar un egoísmo lúcido, ético, riguroso, leal, reflexivo, …inteligente. Un egoísmo que cuide de uno mismo y que, precisamente porque lo hace con eficiencia, deje lugar para el amor (puesto que se ama), que responda a unos valores y se mantenga coherente y respetuoso con el otro (puesto que así es consigo mismo). Un egoísmo, si se me permite, alegre y amoroso. Ya nos lo señalaron cuatro de los filósofos más sinceros y más co