Cuando tomamos ojeriza a alguien, es fácil ver malas intenciones en todo lo que haga, sea lo que sea. Si no nos habla, nos está demostrando su desprecio; si nos habla, nos está ofendiendo con su hipocresía o su arrogancia. Si no nos ayuda es un egoísta; si nos apoya pretende humillarnos. Con cada uno de sus actos crece nuestra convicción acerca de su iniquidad, y se reafirma nuestro juicio que lo considera execrable. De ahí a considerarlo implicado en la causa de todos nuestros males, solo hay un pequeño paso. No hará nada que no nos perjudique: si se mantiene alejado, algo estará tramando; si se acerca, será con la intención de dañarnos. Detrás de cada detalle ― la mirada, el cuchicheo con otros, la mera presencia ― sospecharemos una conspiración. Lo más interesante de todos esos recelos no es que respondan o no a la realidad ― a veces acertaremos ― . Lo que da para pensar es que, por errados y excedidos que resulten, podrían ser ciertos. Y es ese rasgo de posibilidad el que nos ...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida