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Mostrando entradas de junio, 2019

Sully

Una película reciente recreó esta gesta contemporánea. En 2009, el vuelo 1549 de US Airways despegó del aeropuerto de LaGuardia, en Nueva York, con 155 personas a bordo, entre tripulación y pasajeros, en dirección a Charlotte (Carolina del Norte). A los pocos minutos, una bandada de aves se estrelló contra el avión, inutilizando ambos motores. Había que aterrizar inmediatamente, pero ni la altura ni la velocidad de vuelo permitirían alcanzar un aeropuerto. El comandante Chelsey Sullenberger, “Sully”, tomó una decisión desesperada: viró el timón y se dispuso a amerizar en las aguas del río Hudson. Asombrosamente, logró hacerlo sin dañar el aparato, y no solo eso: los pasajeros fueron evacuados con celeridad y todos sobrevivieron. Si existen los ángeles, uno debía aletear entre los gansos aquella fría mañana de enero. Pero el milagro no ensombrece los méritos del comandante Sully, cuya sangre fría, pericia y tino cobran la dimensión del heroísmo. Después de más de cuarenta años d...

Vergüenza y culpa

El moralista disfruta, con una satisfacción algo morbosa, al descubrir la repentina banderilla de la vergüenza en el lomo ajeno. El moralista disimula a menudo, bajo un velo de justicia, el corazón cruel de los amargados y los resentidos; un corazón, como diría Camilo José Cela, "negro y pegajoso como la pez".  Al moralista  ― ya se va viendo ―  no queremos darle la razón, se nos hace correoso y antipático. Y menos en lo que toca a la vergüenza, que tanto estrago causa en nuestros inocentes remansos narcisistas. Pero admitamos que la vergüenza, bien mirada, no es tan mala compañera: le sube un poco el color a nuestra pálida jactancia. Sin acabar de amarla (nos hemos propuesto no amar ningún dolor), podemos al menos reconocerle algunos méritos.  La vergüenza hace correr el agua de esos remansos que empezaban a cubrirse de moho. Siempre que nos deje flotar, quizá su sacudida nos despierte de la modorra autocomplaciente y nos invite a ser mejores remeros. Al dejarnos ...

Pensar para vivir

Cuando Camus planteaba, en El mito de Sísifo , que el único tema filosófico realmente importante era si la vida merecía la pena de ser vivida, estaba reivindicando que el quehacer filosófico, la tarea intelectual, debían centrarse en responder a la angustia y, si es posible, delinear el sentido. Lo mismo había propuesto Epicuro más de dos mil años antes, con el mérito añadido de convertir a la filosofía, más allá de un conjunto de disquisiciones, en una forma de vida y para la vida, un quehacer cotidiano compartido en comunidad. Sin llegar tan lejos, lo que yo me propongo al pensar sobre la vida es pensar para vivir, usar el pensamiento a modo de brújula o mapa. El mapa, como dicen los místicos, no es el territorio, pero nos ayuda a transitar por él, si es certero. Trazar un mapa es interpretar la realidad, que se nos presenta como una amalgama en bruto, y traducirla en representación. No tiene nada de particular: lo hacemos siempre, no podemos no hacerlo. Nuestra percepción es una...

Las cosas nunca fueron fáciles

El mundo de las personas es complejo y brutal. Por cada cosa que nos otorga, nos exige varias, algunas molestas, otras casi insoportables. Sus dones son caros. Como ocurre con algunas sustancias químicas, hay que poner mucho para obtener un poco: de alimento, de seguridad, de amor, de sentido… Parece que todo resultaría más fácil si regresáramos a los orígenes, allí donde todo parecían derechos y los únicos deberes eran los que imponían la fuerza ajena y la debilidad propia. Esa pureza atávica siempre nos llega con resonancias de nostalgia, con los brillos de aquella Edad de Oro elemental que tanto fascinaba a Nietzsche. Es la humanidad desnuda, o sea, animal; o sea: inocente, pura, nítida, previsible incluso en lo atroz. Porque lo puro tiene algo de atroz y cruel, y para resguardarnos de ello inventamos las comunidades, es decir, la complejidad. La vida en común trajo sus dones y sus requerimientos: amontonados dentro del rebaño, ganamos en una cierta seguridad básica, a cambio ...