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Mostrando entradas de diciembre, 2018

Extraños y enemigos

La sustancia del mundo está hecha de extraños, que forman parte de ese telón de fondo anónimo sobre el cual se proyecta nuestra vida. Los extraños nos son ajenos, no están más entreverados con nuestra vida que las calles por las que nos los cruzamos o las tiendas en las que hacemos cola tras ellos. En cierto modo, no los vemos, o no más que a un árbol o una farola. Sabemos que se parecen a nosotros, y por eso tenemos noción de su dignidad, de sus alegrías y sus sufrimientos; intuimos que tras cada uno de esos rostros desconocidos se esconde una historia tan candente como la nuestra, pero es una historia que no nos concierne, una historia en la que no tenemos ningún lugar, del mismo modo que ellos tampoco tienen lugar en la nuestra. Los extraños, aunque nos tropecemos con ellos, aunque los sintamos apretujados contra nuestro cuerpo en un vagón de metro, incluso aunque nos pregunten la hora, son sombras en la pared de la caverna, discurren como aquel río de Heráclito en el que uno nunca...

Salir al camino

Hay muchas formas de vivir, pero casi todas se tuercen sobre sí mismas como las espirales. Somos animales sedentarios: lo familiar nos infunde seguridad y nos libra de pensar demasiado. Nuestras vidas suelen transcurrir al compás de rituales que hilvanan el tiempo y demarcan el propio espacio: la casa, el trabajo, la familia, los amigos, los deberes gozosos o sufridos con resignación…; las horas de sueño que marcan un hiato entre una jornada y la siguiente, que se le parece tanto. El  Viaje a la Alcarria  es así como el cuaderno de bitácora de un hombre que se aburría en la ciudad, cogió el morral y salió al campo, a que no le pasase nada. Camilo José Cela. Uno puede ser feliz en ese reino pequeño, donde las ínfimas diferencias son suficientes para hacerlo ilimitado. Es más: se puede ser muy feliz recostándose en lo familiar, y tal vez, para la mayoría, no haya otra manera de serlo. Cuando los quehaceres nos alejan demasiado de casa, estamos deseando regresar a ella para de...

Rondando la locura

Hay un vértigo profundo en la línea que separa la realidad de la demencia. Un vértigo que a nadie le es desconocido, porque todos nos hemos asomado alguna vez a las simas de nuestra mente. Por suerte, la mayoría regresamos de allá sin haber perdido la lucidez, o al menos eso creemos. Pero se nos quedó grabada esa zozobra, tan parecida a la ambigüedad pavorosa de los terrores infantiles, que remiten a la infancia de la especie, al presagio de muerte que nos imponían, allá en la Prehistoria, la expulsión de la tribu y la soledad ante el mundo. Quizás la locura no sea más que el derrumbamiento de la armazón que nos sostiene y el resquebrajamiento de los márgenes que nos contienen. Cuando la razón se rinde en su tarea de dar sentido a lo que vivimos, el mundo nos invade como el mar por una brecha, perdemos la noción de identidad y la psique se desarma o se hunde en las espumas del sinsentido. Quizás la locura sea la rendición del alma aislada, el canto inconexo de un espíritu demasiado...