Los secretos demuestran que el mundo es peligroso y nosotros vulnerables, que existen enemigos, que la fuerza de la verdad puede madurarnos, pero también arrollarnos, según quién la conozca y qué manos la esgriman. Callar no es mentir, aunque se le parece mucho: la ocultación es también un disfraz, puesto que escatima nuestra verdad a ojos ajenos. Mentira, entonces, necesaria, o al menos justificada: en el mundo podría haber miradas que busquen nuestro daño. Hay mucho en nosotros que no nos conviene que se sepa, y por eso todos hemos aprendido a ser hábiles en el disimulo. La antigua tensión entre el enmascaramiento y la revelación se repite, en forma de batalla, desde que tomamos conciencia del abismo que nos separa de los otros (de cada uno de los otros, y a menudo sobre todo de los que nos quedan cerca). Saber es ganar poder; permanecer agazapado en la penumbra es conservarlo. Los secretos, y también sus retoños las mentiras, curiosamente, hacen la vida interesante. Puede que...
Apuntes filosóficos al vuelo de la vida